Sunday, September 14, 2008

El mundo desafortunadament es real



Salto de la ficción no para llegar a la realidad. No puedo, sino solo comentar los flashes de noticias y cifras sangrientas que recibo de la patria. El caos también tiende a amarrarse a mi escritura y de repente las eres se pierden, ni que decir la bes. No hare una ficción, no cabe, la muerte no admite ficciones ni rodeos estéticos, ni ritmo, ni siquiera un narrador capaces de comunicar el espanto de otros que nunca alcanza parea ser de uno y todavía lo es. Entonces recapitulo:
La cuestión de la raza es más problemática que el de clase, dice Antonio Cornejo Polar, retomando las reflexiones de Carlos Mariátegui en los años 20. Raza más problemática que clase, pues en sociedades tan racializadas como las andinas, herencia de siglos de colonialismo, hasta el de izquierdista busca la negación de la cuestión de la raza, como el espejo que no quiere mirar (mirarse) y el indígena, a pesar de ser de izquierda, aislará al otro como su opuesto, su enemigo, el que por ser diferente a él, es su potencial opresor.
Hay dos Bolivias dicen, como siempre, no sólo dos Bolivias, también dos Perús, dos Ecuadores, dualismos irreconciliables que emergen desde el primer día de la conquista, que no por no ser tan notorios estos dualismos, han dejado de ser latentes y hasta cíclicos. Si queremos socialismo habremos de sortear primero la cuestión de la raza, resolverla en nosotros, como las formas que aunque formas sin embargo están cargadas de valor simbólico. La forma primero (¿cual?) habrá de imponerse o luchar antes de avanzar hacia lo político o lo económico. El problema es que muy pocos están dispuestos a transformarse, a abandonar sus formas (que no son esenciales) a favor de un proyecto nacional ya sea de formación homogénea o de otras posibilidades económicas o sociales. Las formas hegemónicas, cargadas de estatus y poder: idioma, religión, etc. con sus particulares representantes, quieren seguir siendo hegemónicas, sin admitir otra posibilidades (vistas a menudo como retroceso), ser pues la norma que se debe adquirir. Las formas subalternas quieren dejar de ser subalternas( por qué tendrías que seguir siendo subalternas además). En todo caso, sobra rigidez y nos falta imaginación para transformarse, para ser de “todas las sangres” y a partir de acercarnos a uno los ideales de la modernidad, la unión de lo diferente en el mercado de objetos, de sujetos y saberes. En cualquier caso, donde no hay mercado suficiente y donde hay racismo (sociedad colonial) esto no puede suceder.
Tanto socialismo como capitalismo es incapaz de lograr un consenso de las formas, estados que se requieren y se rechazan, porque efectivamente ha existido y existe una relación de opresor y oprimido, lo visible y lo marginal, lo que se busca ser eliminado y lo que se resiste a ser eliminado. En buscar un punto medio de armonía se le ha ido la vida a muchos, puesto que no existe, es ficticio, es estética y estática, como una foto de un bello monstruo, pero que al ponerse el movimiento el cuadro nos damos cuenta que se esta royendo la cola, que se esta matando una parte de si para ser un otro que nunca termina siendo.

Wednesday, September 3, 2008

Me cago en Borges.



A veces, aunque no es mi preferencia, es necesario alejarse del objeto querido para volver a mirarlo, no tanto desde el idealismo que significa su admiración por cualidades que consideramos intrínsecamente literarias (¿?), sino desde un cierto modelo, ciertos parámetros que nos revelan un estilo o una estructura mental.
“Me cago en Borges”, dice mi celebre profesor marxista Mallcon Read y yo me pregunto a qué se refiere con ese exabrupto, si es que realmente defeca sobre el “hacedor” o si es más bien una regresión a una etapa libidinal diferente, cuando el placer se extendía a cada rincón de su cuerpo y no en la genitalidad o en la mente, ese falo de poder masculinizado. “Me cago en Borges”, dice él, porque es una manera de ensuciarlo, de bajarlo a la realidad, una realidad de la cual Borges quería escapar a cada momento y reducirla tan solo a formas mentales sin tener que recurrir a la experiencia o al cuerpo, que como sabemos, para él era algo tan débil y deleznable.
Pues bien, escribiré sobre Borges, sin necesidad de ir tan lejos, aunque intentaré aplicar un esquema sobre uno de sus cuentos, para intentar librarme de obnubilación hacia el maestro, no sin el riesgo, claro, a veces de la sobre interpretación y más de las veces, de reducir la infinita semiosis borgeana a unas cuantas variables.
Emma Zunz es uno de los pocos cuentos de Borges con una protagonista mujer. A pesar de esta diferencia inicial, encontramos muchas similitudes con otros del mismo autor. Por ejemplo, su apego a la estructura de una historia policiaca, tal vez como una parodia al deseo burgués del orden y el control de lo extraño en los comienzos de la urbe moderna regida y organizada. Emma Zunz, en este caso, se convierte en una invertida historia policial, o la crónica de un crimen perfecto, cuya urdiembre sólo es conocida por dos personas a ambos extremos de un posible modelo de comunicación escritural: por un lado el narrador, un narrador no identificado, en este caso difícil de identificar con el propio Borges (como a menudo suele ocurrir); por el otro lado, el lector/a, receptor final de la historia. Ambos, sin embargo, identificados entre sí como cómplices, pues tanto narrador y lector conocen los detalles de la ficción, del crimen que terminará por cometerse.
Como una forma de alegoría, muchos de los cuentos de Borges hablan de la imposibilidad o la posibilidad de escribir, aunque esta actividad esté camuflada detrás de otras actividades, ya sea el de soñar o la de montar una ficción, una narración, que como un duelo, conduzca a un lector de pistas, al engaño, como en el modelo de la “Carta Robada” de Allan Poe, donde en el enfrentamiento intelectual entre Agustine Dupin y el Ministro, lo más evidente encierra la artimaña del ocultamiento.
Emma Zunz es pues también un combate entre distintos tipos narradores, unos que se encuentran en determinados lugares de un contexto social, que en el caso de “Emma Zunz”, aparece más claro que en otros cuentos del escritor argentino, donde, a menudo, los posibles trasfondos de realidad desaparece para dar paso a fábulas o ensayos donde las ideas son las protagonistas.
En la historia en cuestión, el estafador Aarón Loewenthal es capaz de tejer una mentira que provoca la ruina y la posterior suicido del padre de Emma. Lo que no sabe es que Emma conoce toda la verdad. El conocer esa verdad, describe el narrador, le crea a Emma un “’ínfimo sentimiento de Poder” (70), tal vez el mismo “ínfimo poder” que le queda al lector el conocer una verdad compartida con el personaje de Zunz al final de la historia.
A partir del conocimiento de esa verdad, en la historia lo que se da es el duelo entre el hacedor Lowenthal y la hacedora Emma Zunz, dos arquetipos de escritores. Por un lado Loewenthal, hombre avaro y corpulento, para quien “el dinero era su pura y verdadera pasión”, por el otro lado Emma, una mujer casi etérea, cuya mayor habilidad es pasar inadvertida, abocada al tejido de su relato.
Ambos representan valores distintos, unos que se imponen en la Argentina de Borges donde ya predomina la fábrica, el afán de lucro sobre el bienestar de los otros, que dejan de ser individuos para convertirse en masa, tan sólo en fuerza de trabajo desechable. Lowenthal más que representar al estereotípico judío muestra tal vez el momento de transformación industrial que vive argentina. En oposición Lowenthal está Emma, quien representa los valores de un modo de producción que van quedando atrás, donde resaltaba el honor, la lealtad; es decir, valores feudales en oposición al utilitarismo gran burgués.
Borges, a pesar de tratarse de un relato policiaco con tendencia a lo verdadero y cronológico, difumina la frontera de lo real y lo irreal. No es real lo que conocemos o lo que vemos, sino tal vez lo que somos capaces de narrar o la forma en que insertamos a los hechos y personajes dentro de una linealidad para que otros lectores los vean.
Así, Emma Zunz teje una ficción, puesto que asomarse a lo material, a lo arbitrario y azaroso de la realidad, confronta al personaje de Emma con la angustia, al lector al desorden de la sociedad y de sus propias vidas. Ante la imposibilidad de conocer lo que llamamos “real” desde donde amenaza el caos y la muerte, surge entonces, como casi en todos los cuentos de Borges, una frontera entre el sueño y la vigilia donde se vislumbra lo que podría ser, aunque no necesariamente lo que es, aunque ese vislumbrar también pueda acercarnos más a la nada que a la posibilidad de cualquier trascendencia:

Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizás improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad (71).

Para convertirse en narradora, sin embargo, Emma Zunz debe primero destruir al narrador inicial. De ese manara, la historia es también una lucha edifica entre un padre y un hijo. Matar al padre escritural degradado por el capitalismo para erigirse como escritor/a, uno que se erija sobre el mercado para residir en el mundo de las ideas, que aunque no lo sean, parezcan más reales que la realidad. Su narración entonces se convierte en una ficción que reemplaza la realidad, otra ficción dentro de la ficción ya creada por el estafador Loewenthal.
Sin embargo, a pesar del “odio “y del “ultraje”, por el que elige pasar Emma para crear la ficción que la lleve a la muerte de Loewenhtal, su engaño esconde un ficción más profunda y es la que Borges sugiere, en un giro psicoanalítico, en el cuento (que Reads no comparte).
El escritor Borges, a pesar de contarnos el entramado de una historia verosímil que pasará por verdad, también sugiere que lo real inclusive no es eso, sino aquello que ha angustiado al personaje de Emma toda su vida y que surge en el momento de mayor realidad, cuando las ideas o ficciones se abandonan para descender a lo corpóreo:

Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió enseguida, en el vértigo (71).


[…], quiso estar al día siguiente. […] comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin (69).

Lo más real entonces parece ser la muerte del padre, o la humillación física que él le impuso a la madre o quizás a ella misma. Son situaciones que presentan mayor angustia, el caos de lo incomprensible que se debe aislarse inmediatamente con otra narración idealizada.
Hacia el final del cuento Emma no sólo asesina a Loewenthal por la muerte de su padre, es asimismo una venganza por su propia humillación, la necesitad de haber tenido que descender a lo material para poder tejer su engaño. En ese descenso a lo material Emma ve más allá de su propia ficción, pues recuerda la imposición de la figura paterna, la subordinación de lo femenino a la voluntad masculina del padre y que se hace insoportable en el momento de la relación sexual con el marinero sueco o finlandés. Es el momento del “el vértigo”, cuando una narración se abre a otra ficción, a una ficción donde Emma hasta ese momento no se daba cuenta que se encontraba.
Es la ficción de su propia vida, la ficción de todo el propósito de su crimen, que hasta ese momento del cuento se había impuesto como una obligación: recuperar el honor perdido del padre, vengar la traición de Loewenthal.
Si Emma Zunz se convierte en una hábil narradora engañando y al final matando al padre escritural, pienso que este cuento va en reverso a otros cuentos de Borges, cuando el personaje principal, para poder crear una ficción tenía que feminizarse, finalmente recurrir al cuerpo, o a la metáfora del cuerpo femenino para poder crear, parir una ficción. Esto podemos observarlo, por ejemplo, en los siguientes fragmentos de “La muerte y la Brujula” y “La forma de la espada”:

Nueve días y nueve noches agonicé en esta desolada quinta simétrica (Muerte.., 168)

Nueve días pasamos en la enorme casa del general (La forma de….143)

En el caso dela historia de “Emma Zunz”, sucede todo lo contrario. Para que el personaje pueda convertirse en narradora debe masculinizarse. Matar a Loewenthal no es sólo entonces matar al padre narrativo, es también matar al padre biológico que la ha castrado, que le ha impedido convertirse en sujeto. Así, simbólicamente, cuando al final Emma dispara contra Loewenthal, utiliza su mismo revolver, vehículo organizador de lo simbólico, el falo escondido que el dueño tiene en el escritorio, y que utilizaría si es que acaso vislumbrara la treta de Emma. Su muerte, lo dijimos, es también una venganza por haber tenido que descender a la materialidad para escribir su ficción, el tener que haber recurrido al “asco y la tristeza” por tener que usar el cuerpo. Sin embargo, ese fue el precio para convertirse en sujeto que escribe y de quien se escribe, para convertirse en una creadora.