Friday, January 30, 2015

Roberto Bolaño. Literatura y poder.





Only darkness has the power to make a man open his heart in the world, and darkness is what surrounds me […]. If courage is needed to write about it, I also know that writing about it is the one chance I have to escape.
                                                                        Paul Auster, The New York Trilogy.


            Muchos ya habrán oído hablar del fenómeno de Roberto Bolaño (1953-2003), el escritor chileno ahora convertido en un mito de las letras en el planeta.  Sin embargo, de la misma manera, más de uno también se habrá sentido cohibido de empezar su monumental novela póstuma 2666 (2004) o la no menos intimidante Detectives Salvajes (1998).  No hace mucho, no obstante, revisando material para un próximo semestre universitario, me encontré con Nocturno en Chile, una novela aparecida tres años antes de la muerte del escritor.  Su lectura no decepcionó.

            Como otras novelas,  Nocturno en Chile, a pesar de su brevedad, dentro de una narración mayor, se abre para contar otras historias, para incluir las voces de otros personajes.  Sus ejes dominantes son siempre la literatura y la posición del escritor en los momentos de crisis, cuando el valor de la vida desaparece y los límites de nuestra humanidad se hacen difusos.  Se podría argumentar que la literatura de Bolaño está hecha para escritores, pero creo que los periodos en los que el escritor sitúa sus ficciones (las guerras, el holocausto, las dictaduras, las matanzas de mujeres en la frontera méxico-estadounidense), además de hacerlas posibles, trascienden la esfera de lo literario y son capaces de interpelar a todos los lectores, el papel que cada uno es capaz de ejercer en cada momento, el que al final decidimos desempeñar.

            Más que soluciones Nocturno en Chile nos deja con preguntas.  ¿Cuál es el rol de la literatura y del escritor, del intelectual en general, cuando la situación política aprieta, se reduce la libertad y avanza el autoritarismo y la represión?  Las respuestas no son fáciles, no hay lugar para maniqueísmos y los personajes de Bolaño no siempre salen bien librados.  Tal es el caso de Sebastián Urrutia Lacroix, el narrador principal de Nocturno en Chile, quien recorre la historia de Chile desde principios de los años 70 hasta recuperada la democracia, siempre a través de los ojos de un crítico literario, un reconocido miembro de las instituciones literarias de su país y de sus aparatos de legitimación.

            Desfilan los nombres, algunos mundialmente conocidos, otros inventados, sus fundos y palacetes, sus monumentos de papel, también la vanidad de los encuentros y cenáculos literarios, sus estrechas alianzas con el poder, la nimiedad de la crítica de sobremesa y cafetín.  Asimismo se describen los viajes del intelectual, el inútil aunque entretenido anecdotario de sus paseos por las grandes metrópolis europeas, sus azarosos encuentros con personajes que, desafortunadamente, cambiaron el destino de las vidas de numerosas personas.  De la misma manera que en otras novelas, en Nocturno en Chile el escenario de Bolaño puede ser el más escondido reducto de la provincia latinoamericana, también los grandes centros artísticos del mundo, de donde emerge la cultura, pero también desaparece.  La prosa de Bolaño no le hace asco a ningún sitio y mira como acaso debería mirar todo escritor, en los lugares más incómodos, hacia donde crece la palma y murmura el rio manso, diría José Martí, más también hacia su propio ombligo, las torres de marfil y los alcázares del arte y del poder.

            Pero Bolaño no juzga, jamás lo hace.  Su obra funciona como una ventana abierta, un lente que amplifica inclusive el exceso, la banalidad de las letras y sus discursos, las mezquinas estrategias de los escritores y los aspirantes a escritores para lograr un lugar de prestigio y reconocimiento en sus sociedades, aun a costa de la vida que se escurre en las buhardillas y calabozos, mientras el mundo se cae a pedazos y los cuerpos son mutilados.  Menos evidente, pero de manera arrolladora, a lo largo de las páginas de Nocturno en Chile, vemos crecer un todavía más íntimo pavor, el espanto del silencio, de no decir ni hacer nada contra las maquinarias de la destrucción.  Es una vergüenza que salpica a los lectores.  Ante esto, cuando a Sebastián Urrutia le llega el tiempo de rendir cuentas al final de sus días, alcanzará a decir un axioma tan cierto en París como en Managua: “así se hace la literatura.”

Originalmente publicado como “Roberto Bolaño: los ojos abiertos en la oscuridad.”   Otoño en la isla. Editorial Gamar, Colombia: 2014



Wednesday, January 21, 2015

Gabriel García Márquez, vindicación de la tozudez








Por otra  parte si hemos de creer a los poetas y a sus rivales   escultores, ¿no brilla siempre una risa loca en su rostro encantador?

                                                                                                                                 Elogio a la Locura, Erasmo de Róterdam


      De todas las obras escritas por Gabriel García Márquez Memoria de mis putas tristes (2004) tal vez sea una de las menos comentadas, quizá porque ya sea considerada una novela menor o porque ya poco agrega a la gloria del escritor colombiano.  Sin embargo, a más de una década de su publicación, he querido acercarme esta novela corta para someterla nuevamente al escrutinio de la lectura.
   Puede la crítica anotada ser cierta y no por eso Memoria deja de ser una obra relevante, ya que complementa el universo literario creado por el  escritor colombiano,  el paisaje urbano y social de una ciudad caribeña hecha a medio camino entre la real Barranquilla y la imaginaria creación literaria que continuamente aparece en la obra del escritor.  En la obra de García Márquez hay un tiempo casi mítico al que esta pequeña novela vuelve para mostrar otros dobleces, aquel tiempo en que Barranquilla, según palabras del propio escritor, era el sitio por donde había entrado el mundo entero a su país, un tiempo de apogeo que entonces también se extendía tierra adentro.  Son años que García Márquez bien supo heredar de sus abuelos y después hacerlo más suyo que de ningún otro.  De este khronos atesorado y en fuga, se revelan también modelos amatorios, formas del querer desmesuradas que no atienden ni entienden de formas de censura actuales, las formas del sentido común regentadas por modeladores mediáticos de una moral que ya es mundializada.
   No hace mucho tiempo, en una de sus últimas obras (La gran novela latinoamericana), el desaparecido Carlos Fuentes explicaba que uno de los grandes semilleros de la novela latinoamericana es y ha sido la obra de Erasmo de Róterdam (1466-1536), y que de ella se desprende una larga progenie literaria.  El Encomium Moraei (1511) muestra las formas del humanismo de Erasmo: creer y dudar, la ilusión de las apariencias, la dualidad de toda verdad,  el poder observar las cosas a partir de una distancia irónica y entonces poder distinguir entre el saber y el creer. De la misma manera, la obras es también es un elogio a los viejos y a su capacidad de reír, de ver la existencia humana otra vez con ojos jóvenes.
   Esta influencia bien puede aplicarse a la última obra del colombiano, la aparición de un ser otoñal, enfermo de amor,  pero que a pesar de aquello, según lo encontramos descrito en la propia novela, es capaz de adelantarse a los juicios del porvenir, por medio de la imaginación y de recuerdos de historias que tal vez nunca se dieron.
    En los personajes de Memorias encontramos algunas similitudes con los personajes de una novela anterior del colombiano, Amor en los tiempos de cólera (1986).  Si bien aquella novela terminaba con el anciano Florentino Ariza finalmente reunido con la mujer a la que ha querido a distancia toda su vida (recorriendo de arriba y abajo el río Magdalena), sabemos que para poder dedicarse a ella, Florentino hubo de interrumpir su relación con América, pupila suya de 14 años.  Sabemos también que al cabo de un tiempo, confusa y desesperada, América se suicida.  Florentino siente algo de pena por ella de vez en cuando,  mas continúa su idilio con su septuagenaria amante.
    Memoria de mis putas tristes parece adentrarse y desarrollar la historia de Florentino y la adolescente América de El amor en los tiempos del cólera; sin embargo, a diferencia de la relación entre Florentino y América, en Memorias, la estrategia consiste en esquivar las formas carnales de la pasión erótica y acercarnos más a la veneración que emerge de la pura observación.
     Entre el anciano escritor de Memorias y su Delgadina adolescente no encontraremos jamás un amor consumado, sino el amor en sus múltiples formas no correspondidas.  Como muchos de los amores que aparecen y mueven a las obras de García Márquez, es un amor contrariado, imposible, del que anticipamos un pronto e inevitable final.  Aún así, por breves momentos, el personaje halla una energía nueva y exaltadora para mirar al futuro o, en su caso, al día siguiente.  Esa sea quizá la sencilla, predecible y muchas veces abusada fórmula que nos deja el libro, es el amor aquello que mueve el mundo, aun a los cansados huesos de 90 años del narrador.
     En Memorias podemos acaso leer una declaración sobre la actitud y las formas de adentrarse en los meandros de la vejez.  Como un Quijote nonagenario, hay dos pasiones que acompañan al personaje de García Márquez.  Cuando la importancia y el valor de los objetos se difumina y el cuerpo ya por poco no responde, hay dos lugares casi sagrados a los cuales el anciano personaje parece no renunciar: sus libros, sus clásicos, y la oportunidad de regenerarse por medio del amor o de la pasión erótica expresada en formas más allá de las genitales.  Es una pasión que se expresa por medio del tacto, del oído, en el rasgado casi poético de una púa sobre el vinilo unas tardes de lluvia, en el caminar por una ciudad que ya es parte de uno mismo; sin duda, también en la escritura, en la visión de una etérea y casi atemporal joven a la que el viejo mira dormir. 
     Delgadina es un impulso virgen y casi paradigmático de aquel país real del Caribe que es también una república de las letras.  La “energía secreta a punto de reventar”, de aquella joven desconocida permanece, aunque el cuerpo del narrador del libro cierre pronto su ciclo vital.  Delgadina sea acaso el anuncio de lo porvenir, una latente posibilidad de las formas y de las palabras que ella no llega jamás a pronunciar, la necesaria regeneración creativa de una región, de un universo que va perdiendo a su más insigne narrador, no sin lucha, no sin humor (y piedad), no sin la última boutade literaria que es este libro.
    De muchas maneras el libro me alegra, porque la novela no se somete a lo que en la actualidad conocemos como lo políticamente correcto, sino que es fiel al universo literario creado por García Márquez, plagado de extremos, repleto de personajes tragicómicos que hemos  aprendido a reconocer y a querer, pero que también nos han interpelado sobre la naturaleza humana y los matices de este gran continente.  Habremos de que leerla no como un libro aislado sino en relación a toda la obra del escritor, a su mundo literario, sus propios predecesores y en este sentido, a pesar del anatema moral que pueda recibir, la novela es coherente, creíble y no nos defrauda, pues nos pasa una ficha más de ese inmensurable mosaico caribeño, unos personajes más de aquella provincia tan suya y desde hace años también tan nuestra.


De Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014




Saturday, January 10, 2015

Cuando Sara Chura despierte. Reescrituras del indigenismo: la misma chola con otras polleras



            





   De todas las novelas bolivianas publicadas en los últimos años, una de las que más culto ha generado es la obra de Juan Pablo Piñeiro, Cuando Sara Chura despierte (2003).  No sorprende en ella la novedad, sino las maneras en que puede dar continuidad a una tradición literaria andina, que aunque les pese a algunos, es una tradición transnacional, íntimamente relacionada al pensamiento y la obra de escritores de países vecinos.
          Para exponer lo que Piñeiro propone quizá primero debemos introducir algunos de sus antecedentes teóricos.  Ya desde fines del siglo XVIII, con importante aporte del positivismo y las ideas naturalistas y evolucionistas de la época, surge lo que conocemos como “determinismo geográfico”.  Esta corriente se convierte en un paradigma dentro de las ciencias sociales para explicar cómo el espacio geográfico determina la experiencia humana en casi todos sus  aspectos.  Sabemos que con el correr de los años este “determinismo geográfico”, unido a teorías racistas también deterministas, van a dar paso a las grotescas invenciones seudocientíficas, utilizadas para desacreditar a ciertos grupos raciales y al mismo tiempo proponer curas para un continente considerado enfermo.  Lastimosamente en Latinoamérica nos sobran ejemplos, tal el caso de Carlos Octavio Bunge en la Argentina o Alcides Arguedas en Bolivia, solo para nombrar un par de tan rica fauna.
          Sin embargo, en un movimiento contrario, este “determinismo geográfico” va a ser apropiado para fundamentar a nuestros primeros “indigenistas”, ansiosos por encontrar y dar  forma a  un huidizo “carácter nacional”.  Por ejemplo, Franz Tamayo en su célebre Creación de la pedagogía nacional (1910) escribirá: “El alma de la tierra ha pasado a ésta [la raza] con toda su grandeza, su soledad, que a veces parece desolación, y su fundamental sufrimiento. Lo mismo que esos altiplanos, el alma humana está como amurallada de montañas, y es impenetrable e inaccesible”.
          Mas adelante, este determinismo geográfico aplicado a la moralidad del habitante del Ande va a convertirse en deseo político, en mesianismo que busca el regreso de las razas y las religiones oprimidas, para inaugurar un nuevo tiempo de convivencia política.  Así lo anunciaba el peruano Luis Valcárcel en su influyente Tempestad en los Andes de 1927:
La Raza, en el nuevo ciclo que se adivina, reaparecerá esplendente, nimbada por sus eternos valores, […] es el avatar que marca la reaparición de los pueblos andinos en el escenario de las culturas. […]. El instrumento y la herramienta, la máquina, el libro y el arma nos darán el dominio de la naturaleza [...]. En lo alto de las cumbres andinas, brillará otra vez el sol magnífico de las extintas edades.
          Van a ser Uriel García y posteriormente José María Arguedas en el Perú los que mejor hablarán de la música, el baile y la fiesta como los momentos que establecen contactos con el pasado, con otredades desconocidas, cuando las compuertas de la memoria se abren y los habitantes andinos pueden reconocerse como miembros de un todo, como partícipes de una memoria mayor y colectiva.  Así lo sugiere Uriel García en El nuevo indio (1928), al referirse al huayño:
      …es entusiasmo que torna a los pueblos de la sierra hacia la simplicidad campesina, hacia la energía primitiva […]. Por eso el huayño como otras formas de la cultura folklórica, es raíz efectiva que sujeta al hombre al agro patrio, al recuerdo de sus antepasados. Medio efectivo  que suelda al indio antiguo, al mestizo y al blanco […] los tres elementos étnicos se funden como una identidad psicológica que sustenta el alma del pueblo.
          A grandes rasgos, esa es la base ideológica sobre la que se escribe Cuando Sara Chura despierte. En la novela de Piñero encontramos, otra vez, el determinismo geográfico, ese idealismo irracional aplicado a la tierra, la certeza de otros mundos y otras fuerzas sobrenaturales que influyen y conviven con los habitantes tanto urbanos como rurales de los Andes, la fiesta (El  Gran Poder), como ese momento en que, de acuerdo a las propias palabras de Piñeiro, accedemos a “un idioma secreto,[…] que hace visible lo invisible y revela a “la ciudad ancestral que duerme en las profundidades de la ciudad de La Paz”. A su vez, la fiesta del Gran Poder es la antesala de una nueva era, cuando por fin se suspenda el tiempo cronológico y el hombre andino finalmente se haga parte de lo eterno.
          Después, en Cuando Sara Chura despierte lo que tenemos son “pieles” que se suman a ese bagaje ideológico, pieles de personajes y referentes literarios de la literatura universal con los que se viste y decora a los personajes de una débil trama detectivesca, que más que otorgarnos un misterio por resolver, es ante todo un pretexto para exponer una vasta cosmogonía andina, un Asgard de divinidades reunidas en favor de la fiesta del Gran Poder. En ese sentido, Piñeiro, a diferencia de sus precursores, da un paso al frente y no se detiene en la sola insinuación de la otredad divina. Donde otros se detuvieron para solamente  sugerir el “otro lado de las cosas”, un abismo a menudo impronunciable que nos acerca al pavor de lo sagrado, y que conlleva un viaje de despojamiento y autodestrucción de los personajes (Felipe Delgado, La agonía de Rasu Ñiti), para Piñeiro es gozo, celebración y completitud que se refleja en las palabras.  Así, el lenguaje litúrgico de Piñeiro nos recuerda al lenguaje mágico y encantatorio de las mejores páginas de José María Arguedas: escribir para dar nacimiento, para que la letra más que escribirse se cante, como consagración, como celebración del hombre en unidad y equilibrio con el cosmos, un lenguaje que por último convoque a las formas de la femenina deidad como se convoca a una madre o a una amante perdida, cancelándose así una ruptura primigenia:
Cuando Sara Chura despierte estará más hermosa que nunca. Vestirá doce polleras de distintos colores y bajará con su cortejo triunfal por la avenida Mariscal Santa Cruz, el día de la Entrada del señor del Gran poder […] en sus cabellos blancos nadarán dos sirenas de plata y en su sonrisa se adivinará la tristeza acumulada por tantos años de silencio. Llevará un cetro antiguo en la mano derecha y en la otra mano una tierna espiga de quinua dorada. Su espalda estará cubierta por un ancestral textil puquina y sus grandes pechos serán adornados por borlas hechas de la lana de una vicuña roja. Sus pies, curtidos de tanto caminar, calzarán unas sencillas sandalias de caucho. Toda la ciudad, bañada por una luz amarilla, olerá a koa y palosanto el día que Sara Chura despierte.
          Además del lenguaje, tal vez el mayor acierto de Piñeiro, consista en repetir la fórmula de éxito de escritores que lo antecedieron, darles a los habitantes de una ciudad o una región aquello que de antemano esperan encontrar en sus páginas, la confirmación de su esencia o su permanencia en el tiempo.  Sin el humor, no obstante, el rodillo identitario de Piñeiro sería acaso demasiado asfixiante.  Así, en su novela, otra vez encontramos la construcción de personajes únicos, delirantes y divertidos, sin llegar a ser caricaturas, pues como los personajes encontrados en la obra de Jaime Sáenz, su esotérico conocimiento es primordial y profundo.  Además de sus caprichosos razonamientos, quizá su mayor característica sea la hibridez, su capacidad de mutar, de cambiar y regenerarse (como la ciudad y sus letras) y al mismo tiempo ser los mismos, sin renunciar a una identidad otorgada, según Piñeiro y sus antecesores, desde el principio de los tiempos.

De Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014