Friday, June 12, 2015

San Juan en la memoria.



  

0-21

San Juan llega, cuatro menos cuarto.
Reunimos los restos de la cosecha,
largas pilas de secos pastos
y el polvo reunido entre
las camas, los párpados.

El sol se aleja en esta noche
y triunfa el frio de la mujer luna
mientras a lo lejos se pierden
las notas últimas de los cencerros
que avanzan tristes hacia valles nuevos.

Salta mi cuerpo sobre las brazas
cada año enfermo,
cada año también entero,
mitad al fuego la
otra mitad al viento.
Triunfan los truenos,
la ceniza cambia
a la noche el día
y el hombre hambriento
crece y dispara al cielo
su reunida carga de ansiedad
y espera. Tras el fuego
ríe el viejo desdentado
y un feliz niño de la llama
hacia la llama se lanza
en sus manos cargando
todo el tiempo y el olvido.

De Postales de Letrazelandia, 2009

Friday, April 17, 2015

Raúl Teixidó. Charcas, una estética del estancamiento.


                                                    

                                   Porque esta ciudad, amigo mío, corroe y devora, mimetiza, transforma
                                                                                                         Raúl Teixidó

        Después de algún tiempo he conseguido dar con un cuento de Raúl Teixidó (1943) “La puerta que da al camino” (1975). Ya de él había leído A la orilla de los viejos días (1995).  Al margen de las agridulces confesiones familiares, sus páginas consiguieron arrancarme más de una sonrisa, pues Teixidó recuenta una ciudad en pocas décadas desaparecida pero donde era y es toda una aventura hacer arte.
        Hace no muchos años Blanca Wiethüchter escribía que en la literatura Boliviana existe una fuerte voluntad por representar a sus ciudades. Esto ha posibilitado la aparición de obras generadoras de imaginarios, de maneras de escribir sobre las urbes. Nos encontramos, por supuesto, con La Paz, desde hace mucho incapaz de escapar de su gastada fantasmagoría nacionalista y etílica; la ecléctica Cochabamba, fundacional, postmoderna, casi siempre cívica; Santa Cruz, desde el 84, irreverente y hedonista. Potosí, por otro lado, será siempre Potosí, incombustible. Wiethüchter también menciona que a pesar de su importancia, Sucre no ha podido representarse simbólicamente.  Encuentro su declaración no del todo cierta, pues, a pesar de no tener esa obra generadora de imaginarios, Sucre, de por sí, ha generado por lo menos dos poéticas, dos maneras de contar a la ciudad.
        La primera la encontramos en la parodia y la sátira de la urbe, de sus instituciones y sus habitantes encarnados en personajes estereotipados. Es una escritura enemiga,  a menudo hecha por una mirada externa que busca atacar y desnudar con la burla aquello que se cree es farsa y conservadurismo, que se piensa es invisible para los propios capitalinos. Es una tradición que antecede a la república, pero que ha sido recurrente, desde el barroco colonial, en aquellas ciudades marcadas por la existencia de élites privilegiadas (Bogotá, Lima, Quito). En el siglo XX, hallamos algunos ejemplos de esta poética en La ilustre ciudad (1950) de Tristán Maroff y posteriormente en Sagrada arrogancia (1998) de Wolfango Montes.
        La segunda poética, también recurrente, la encontramos precisamente en Raúl Teixidó. En “La puerta que da al camino” nos hallamos en la edad del pesimismo, con un narrador cuyo monologo interior en el centro ordenador de su universo urbano. Es una ciudad íntima, contada siendo parte de su tejido social. Sin embargo, para Teixido, Sucre se convierte en un laberinto sombrío donde el creador es aplastado por las fuerzas de las circunstancias: “Al salir de mi trabajo encontraba la ciudad vacía, aguardando para devorarme en el silencio.” Cualquier intento de rebelión es fútil, cual esfuerzo creativo lleva al narrador una y otra vez  hacia el mismo lugar: “solo ahora me percato […]de cuanto estaba empezando a cambiarnos la ciudad […]perdíamos la fantasía […] veníamos a resultar opacos.” La única alternativa es el escape a través de esa puerta que da al camino. Teixidó escribe a la ciudad como una dolencia, un estado de ánimo (una secreción diría Marcelo Quiroga) y en ella se filtra también el mil veces repetido discurso político y económico de las últimas décadas: “…nuestra ciudad milagrosa deviene en una modesta capital de provincia, vejada por la pobreza y el atraso […] condenada por obra de un azar histórico particularmente adverso a no ser sino la vagas sombra de una gesta inconclusa.” A su vez, se escribe como pidiendo permiso, como disculpándose del lugar excéntrico de la escritura:“No era mi propósito de convertir esta comunicación amistosa […] en la crónica de nuestras amarguras […] aunque en buena parte lo venga siendo ya.”
   Lejos estamos todavía de épicas alternativas, de salir de uno mismo y volcar la mirada a la ciudad y sus procesos de cambio, la irrupción de las culturas populares, sus intersecciones con lo mundial y lo mediático, más aun después del 52 o, caso contrario, mirar otra vez al pasado en busca de ocultos personajes, minúsculos y también gozosos. Y, sin embargo, a pesar de la pesada maquinaria de la ciudad sombría con la cual Teixidó busca someternos, en sus páginas se cuela una ciudad que precede y al mismo tiempo pervive al escritor y a su escritura:
 Diríase que mi alrededor todo posee la solidez y la consistencia de un mundo  inalterable.  El farol que alumbra la esquina de casa, alto y renegrido,su circunferencia  de penumbra al pie; enfrente el huerto con sus árboles de fruta amarga atisbando por sobre el techado […] Más allá, en todas direcciones, aun con los ojos cerrados, adivino  todo lo demás: una espesura de muros y techumbres, con oraciones a media voz, y en el cielo, invisible, también en su negrura, bogando nubes de tormenta...Porque esta noche  lloverá.
        Entre líneas, la ciudad, como entidad autónoma, se escapa al control del letrado, a su estética del estancamiento. Es allí donde acaso encontremos a la literatura.  
        Apunto estas poéticas seguro que habré de encontrármelas otra vez, como obstinados arbustos a la orilla del camino.  Albergo también la esperanza de trascenderlas, de no leerlas nunca más.



Originalmente publicado en “Puño y Letra.” Diario Correo del Sur. Sucre-Bolivia.  Enero 2015

Friday, February 20, 2015

Otra vez Julio. Apuntes sobre “Casa tomada”.



pensará que es absurdo el caso de un escritor que se obstina en  eliminar sus instrumentos de trabajo.
Pero es que esos instrumentos me parecen  falsos.  Quiero equiparme de nuevo, partiendo de cero.
                                                                                                                        Julio Cortázar







            Releyendo “Casa tomada” un relato corto de Julio Cortázar publicado por primera vez 1946, me sorprende lo mucho que había olvidado de él. Los años transcurridos entre una primera lectura y la actual no ha hecho más que alimentar mi admiración por el escritor argentino, su escritura de vanguardia, la capacidad de abrir caminos que muchos transitarían después.  El cuento es el mismo, pero el lector es otro.          
            Brevemente, “Casa tomada” narra la historia de dos hermanos que siempre han permanecido juntos en una casa colonial, aparentemente en Buenos Aires.  Al personaje principal, al igual que a su hermana, les gusta la casa por ser espaciosa y antigua y, además, por guardar los recuerdos de su familia. Él es un hombre culto, amante de la literatura francesa.  Ella una mujer sencilla a la que le gusta pasar el día tejiendo.  Ninguno de los dos se ha casado bajo el pretexto de mantener la casa y les asquea la idea de que un día, cuando ellos mueran, algunos primos lejanos la vendan para enriquecerse.
            Después de una detallada descripción de las meticulosas costumbres de sus habitantes, encontramos el nudo del relato. El cuento narra cómo los dos hermanos son expulsados de su propio hogar a causa de “algo” (susurros, murmullos, el volcar de una silla),  que se va apoderando de ella, desplazándolos poco a poco hasta dejarlos en la calle.  Al final, los hermanos tienen que irse, tirando la llave por la alcantarilla.  En ningún momento del cuento el autor deja claro la naturaleza o el origen de esos “murmullos”.  
            Como al mismo Cortázar, a “Casa Tomada” la asedian muchos mitos, a veces promovidos por su propio autor.  Son primeras aproximaciones que después se han convertido en lugares  comunes, como cuando decimos que el día nos será bueno porque nos hemos levantado con el pie derecho  Algunas interpretaciones se cuelgan a una obra como verdaderas supersticiones.  Por ejemplo, muchos lectores han calificado este cuento como una alegoría en contra del autoritarismo, más precisamente, en contra del peronismo argentino de la década de los 40 y 50, que azuzó a las masas para que éstas tomaran las calles e impusiesen la agenda populista de aquel gobierno.  Inclusive, a partir de este cuento, se ha llegado a  formular toda una metáfora espacial de la sociedad, donde los hermanos son las clases tradicionales patricias (los propietarios), que son desplazados de la casa (La Argentina) por las masas de migrantes que llegan del norte.  
            Sin embargo, pienso que el cuento no es tan político ni tan maniqueo como algunos proponen y que, más bien, en su aparente intencionalidad y franqueza, es mucho más complejo de lo que en un principio aparenta.  Como muchos de los cuentos de Cortázar, “Casa tomada” da paso a la polisemia, una ambigüedad que nos lleva hacia los lugares oscuros y escondidos del ser, desde donde la escritura emerge  y, por supuesto, también el riesgo del placer de la lectura. Así, el motor que mueve al cuento no parece ser aquellas fuerzas externas que asolan la casa, sino los silencios que se producen dentro, los secretos que se esconden.  Sobre todo, el terror a la  inmovilidad, a la modorra de los habitantes de una casa que es, a fin de cuentas, la sinécdoque del todo social.
             En ese sentido, el cuento de Cortázar establece un fecundo diálogo con el cuento de Edgar Allan Poe, “La caída de la casa Usher” (1839) donde encontramos elementos similares a la narración del argentino: una casa habitada desde siglos por una familia, dos hermanos solteros, hombre y mujer, como últimos sobrevivientes de la estirpe.  En ambos cuentos encontramos una genealogía que está condenada a sucumbir porque no han contraído matrimonio o porque, en el relato de Poe, los hermanos sufren de males incurables. Asimismo, en ambos relatos la pareja de hermanos vive en un alto grado de aislamiento que se relaciona a una sugerida relación incestuosa entre los dos.   
            En la decadencia de ambas familias lo que finalmente se discute es la posibilidad de  ciertos sectores de la sociedad de regenerarse, de reconstruirse, económica  y artísticamente.  Tanto Poe como Cortázar parecen sugerir que esta regeneración sólo es posible por fuera de la familia, en contacto con el resto de la sociedad, con las calles de la ciudad moderna que es donde lo nuevo se hace visible, donde se producen las fecundas mezclas.  Cómo en los dos cuentos, una familia, una sociedad que se encierra en los valores del pasado solo está condenada a desaparecer.  Algo similar había sido propuesto por Sigmund Freud en El malestar de la cultura (1930), cuando escribe que una de las condiciones para el progreso de la civilización es siempre abandonar los primeros objetos de deseo, los más próximos, para abrir el núcleo familiar hacia el exterior de la sociedad.
            Así, podríamos afirmar que aquella fuerza que desplaza a los hermanos en “Casa tomadano es un hecho externo, mucho menos un grupo político especifico, sino acaso el empuje de los propios monstruos familiares que se apropian del hogar.  Esto ante la imposibilidad de reconocer y verbalizar el incesto, la relación prohibida que el cuento sugiere entre ambos hermanos.  Sin embargo, el ruido es el regreso de lo reprimido, aquello que no se puede mencionar.  De acuerdo con el crítico literario Fredric Jameson, es lo que conocemos como lo “uncanny” o lo siniestro,[1] expresión que en años posteriores se va a convertir en emblema de un nuevo tiempo, de la postmodernidad, que recupera un término freudiano para mencionar a los  secretos de familia que aparecen (de alguna u otra manera) cuando lo que es conocido (la ciudad, el país, la familia) se nos hace diferente y extraño, tal y cómo parece haber sucedido en la década de los 40 y 50 en la Argentina.  Lo uncanny en el cuento de Cortázar parece ser la estrategia de negación que utiliza el narrador  y su hermana para refugiarse en la seguridad de su entorno familiar, para rechazar las percepciones de la realidad que pudieran resultarles en situaciones de angustia, como lo son la evidencia del propio incesto o de los cambios que la sociedad experimenta al exterior de la casa.  
            Pues bien, a pesar de la interpretación ensayada, también me atrae pensar que las voces que se apoderan la casa no pertenecen a nadie más que al mismo demiurgo hacedor.  Los murmullos son el trasfondo de la creación literaria que muestra sus costuras y se inserta en el mismo cuento que leemos como un doble plano.  Así, nosotros lectores, escuchamos también al escritor detrás de bambalinas, un hábil magister ludi que se divierte con sus personajes, asediándolos, empujándolos hacia los márgenes de su hogar, para finalmente otorgarles el beneficio de la calle, el bullicio  y energía de la ciudad moderna, donde las prerrogativas de clase desaparecen y donde las mezclas nos llevan a buscar formas nuevas para que la creación comience otra vez.  Acaso, entre aquellos murmullos, encontremos uno que nos sepa al propio.  


[1] En este término, me apego a la traducción hecha por Jorge Luis Borges al referirse al término.  En “El noble castillo del canto cuarto” el escritor argentino escribe: “A principios del siglo XIX o fines del siglo XVIII, entran en la circulación del inglés diversos epítetos (eerie, uncanny, weird) de origen sajón o escocés, que servirán para definir aquellos lugares o cosas que vagamente inspiran terror [...] En alemán lo traduce con perfección la palabra unhimlich; en español, quizá la mejor palabra es 'siniestro'” [sic]



Publicado en Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014