pensará
que es absurdo el caso de un escritor que se obstina en eliminar sus instrumentos de trabajo.
Pero es que esos instrumentos me parecen falsos. Quiero equiparme de nuevo, partiendo de cero.
Julio Cortázar
Releyendo “Casa
tomada” un relato corto de Julio Cortázar publicado por primera vez 1946, me
sorprende lo mucho que había olvidado de él. Los años transcurridos entre una
primera lectura y la actual no ha hecho más que alimentar mi admiración por el
escritor argentino, su escritura de vanguardia, la capacidad de abrir caminos
que muchos transitarían después. El
cuento es el mismo, pero el lector es otro.
Brevemente, “Casa
tomada” narra la historia de dos hermanos que siempre han permanecido juntos en
una casa colonial, aparentemente en Buenos Aires. Al personaje
principal, al igual que a su hermana, les gusta la casa por ser espaciosa y
antigua y, además, por guardar los recuerdos de su familia. Él es un hombre
culto, amante de la literatura francesa. Ella una mujer sencilla a la que le gusta
pasar el día tejiendo. Ninguno de los dos se ha
casado bajo el pretexto de mantener la casa y les asquea la idea de que un día,
cuando ellos mueran, algunos primos lejanos la vendan para enriquecerse.
Después de una
detallada descripción de las meticulosas costumbres de sus habitantes,
encontramos el nudo del relato. El cuento narra cómo los
dos hermanos son expulsados de su propio hogar a causa de “algo” (susurros, murmullos, el volcar de una
silla), que se
va apoderando de ella, desplazándolos poco a poco hasta dejarlos en la calle. Al
final, los hermanos tienen que irse, tirando la llave por la alcantarilla. En ningún momento del cuento el autor deja
claro la naturaleza o el origen de esos “murmullos”.
Como al mismo
Cortázar, a “Casa Tomada” la asedian muchos mitos, a veces promovidos por su
propio autor. Son primeras
aproximaciones que después se han convertido en lugares comunes, como cuando decimos que el día nos
será bueno porque nos hemos levantado con el pie derecho Algunas interpretaciones se cuelgan a una obra
como verdaderas supersticiones. Por
ejemplo, muchos lectores han calificado este cuento como una alegoría en contra
del autoritarismo, más precisamente, en contra del peronismo argentino de la
década de los 40 y 50, que azuzó a las masas para que éstas tomaran las calles
e impusiesen la agenda populista de aquel gobierno. Inclusive, a partir de este cuento, se ha
llegado a formular toda una metáfora espacial
de la sociedad, donde los hermanos son las clases tradicionales patricias (los propietarios),
que son desplazados de la casa (La Argentina) por las masas de migrantes que
llegan del norte.
Sin
embargo, pienso que el cuento no es tan político ni tan maniqueo como algunos
proponen y que, más bien, en su aparente intencionalidad y franqueza, es mucho
más complejo de lo que en un principio aparenta. Como muchos de los cuentos de Cortázar, “Casa
tomada” da paso a la polisemia, una ambigüedad que nos lleva hacia los lugares
oscuros y escondidos del ser, desde donde la escritura emerge y, por supuesto, también el riesgo del placer
de la lectura. Así, el motor que mueve al cuento no parece ser aquellas fuerzas
externas que asolan la casa, sino los silencios que se producen dentro, los
secretos que se esconden. Sobre todo, el terror a la inmovilidad, a la modorra de los habitantes
de una casa que es, a fin de cuentas, la sinécdoque del todo social.
En ese sentido, el cuento de Cortázar
establece un fecundo diálogo con el cuento de Edgar Allan Poe, “La caída de la
casa Usher” (1839) donde encontramos
elementos similares a la narración del argentino: una casa habitada desde siglos
por una familia, dos hermanos solteros, hombre y mujer, como últimos
sobrevivientes de la estirpe. En ambos
cuentos encontramos una genealogía que está condenada a sucumbir porque no han
contraído matrimonio o porque, en el relato de Poe, los hermanos sufren de
males incurables. Asimismo, en ambos relatos la pareja de hermanos vive en un
alto grado de aislamiento que se relaciona a una sugerida relación incestuosa
entre los dos.
En la decadencia de ambas familias lo
que finalmente se discute es la posibilidad de ciertos sectores de la sociedad de
regenerarse, de reconstruirse, económica
y artísticamente. Tanto Poe como Cortázar
parecen sugerir que esta regeneración sólo es posible por fuera de la familia,
en contacto con el resto de la sociedad, con las calles de la ciudad moderna que
es donde lo nuevo se hace visible, donde se producen las fecundas mezclas. Cómo en los dos cuentos, una familia, una
sociedad que se encierra en los valores del pasado solo está condenada a
desaparecer. Algo similar había sido
propuesto por Sigmund Freud en El malestar de la cultura (1930),
cuando escribe que una de las condiciones para el progreso de la civilización
es siempre abandonar los primeros objetos de deseo, los más próximos, para abrir
el núcleo familiar hacia el exterior de la sociedad.
Así, podríamos
afirmar que aquella fuerza que desplaza a los hermanos en “Casa tomada” no es un hecho externo, mucho menos un
grupo político especifico, sino acaso el empuje de los propios monstruos
familiares que se apropian del hogar.
Esto ante la imposibilidad de reconocer y verbalizar el incesto, la relación prohibida que el
cuento sugiere entre ambos hermanos. Sin
embargo, el ruido es el regreso de lo reprimido,
aquello que no se puede mencionar. De
acuerdo con el crítico literario Fredric Jameson, es lo que conocemos como lo “uncanny” o lo siniestro,
expresión que en años posteriores se va a convertir en emblema de un nuevo
tiempo, de la postmodernidad, que recupera un término freudiano para mencionar a
los secretos de familia que aparecen (de
alguna u otra manera) cuando lo que es conocido (la ciudad, el país, la
familia) se nos hace diferente y extraño, tal y cómo parece haber sucedido en
la década de los 40 y 50 en la Argentina. Lo uncanny
en el cuento de Cortázar parece ser la estrategia de
negación que utiliza el narrador y su
hermana para refugiarse en la seguridad de su entorno familiar, para rechazar
las percepciones de la realidad que pudieran resultarles en situaciones de
angustia, como lo son la evidencia del propio incesto o de los cambios que la
sociedad experimenta al exterior de la casa.
Pues bien, a pesar de la interpretación ensayada,
también me atrae pensar que las voces que se apoderan la casa no pertenecen a
nadie más que al mismo demiurgo hacedor. Los murmullos son el trasfondo de la creación
literaria que muestra sus costuras y se inserta en el mismo cuento que leemos
como un doble plano. Así, nosotros
lectores, escuchamos también al escritor detrás de bambalinas, un hábil magister ludi que se divierte con sus
personajes, asediándolos, empujándolos hacia los márgenes de su hogar, para finalmente
otorgarles el beneficio de la calle, el bullicio y energía de la ciudad moderna, donde las
prerrogativas de clase desaparecen y donde las mezclas nos llevan a buscar
formas nuevas para que la creación comience otra vez. Acaso, entre aquellos murmullos, encontremos
uno que nos sepa al propio.
Publicado
en Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014