Wednesday, January 21, 2015

Gabriel García Márquez, vindicación de la tozudez








Por otra  parte si hemos de creer a los poetas y a sus rivales   escultores, ¿no brilla siempre una risa loca en su rostro encantador?

                                                                                                                                 Elogio a la Locura, Erasmo de Róterdam


      De todas las obras escritas por Gabriel García Márquez Memoria de mis putas tristes (2004) tal vez sea una de las menos comentadas, quizá porque ya sea considerada una novela menor o porque ya poco agrega a la gloria del escritor colombiano.  Sin embargo, a más de una década de su publicación, he querido acercarme esta novela corta para someterla nuevamente al escrutinio de la lectura.
   Puede la crítica anotada ser cierta y no por eso Memoria deja de ser una obra relevante, ya que complementa el universo literario creado por el  escritor colombiano,  el paisaje urbano y social de una ciudad caribeña hecha a medio camino entre la real Barranquilla y la imaginaria creación literaria que continuamente aparece en la obra del escritor.  En la obra de García Márquez hay un tiempo casi mítico al que esta pequeña novela vuelve para mostrar otros dobleces, aquel tiempo en que Barranquilla, según palabras del propio escritor, era el sitio por donde había entrado el mundo entero a su país, un tiempo de apogeo que entonces también se extendía tierra adentro.  Son años que García Márquez bien supo heredar de sus abuelos y después hacerlo más suyo que de ningún otro.  De este khronos atesorado y en fuga, se revelan también modelos amatorios, formas del querer desmesuradas que no atienden ni entienden de formas de censura actuales, las formas del sentido común regentadas por modeladores mediáticos de una moral que ya es mundializada.
   No hace mucho tiempo, en una de sus últimas obras (La gran novela latinoamericana), el desaparecido Carlos Fuentes explicaba que uno de los grandes semilleros de la novela latinoamericana es y ha sido la obra de Erasmo de Róterdam (1466-1536), y que de ella se desprende una larga progenie literaria.  El Encomium Moraei (1511) muestra las formas del humanismo de Erasmo: creer y dudar, la ilusión de las apariencias, la dualidad de toda verdad,  el poder observar las cosas a partir de una distancia irónica y entonces poder distinguir entre el saber y el creer. De la misma manera, la obras es también es un elogio a los viejos y a su capacidad de reír, de ver la existencia humana otra vez con ojos jóvenes.
   Esta influencia bien puede aplicarse a la última obra del colombiano, la aparición de un ser otoñal, enfermo de amor,  pero que a pesar de aquello, según lo encontramos descrito en la propia novela, es capaz de adelantarse a los juicios del porvenir, por medio de la imaginación y de recuerdos de historias que tal vez nunca se dieron.
    En los personajes de Memorias encontramos algunas similitudes con los personajes de una novela anterior del colombiano, Amor en los tiempos de cólera (1986).  Si bien aquella novela terminaba con el anciano Florentino Ariza finalmente reunido con la mujer a la que ha querido a distancia toda su vida (recorriendo de arriba y abajo el río Magdalena), sabemos que para poder dedicarse a ella, Florentino hubo de interrumpir su relación con América, pupila suya de 14 años.  Sabemos también que al cabo de un tiempo, confusa y desesperada, América se suicida.  Florentino siente algo de pena por ella de vez en cuando,  mas continúa su idilio con su septuagenaria amante.
    Memoria de mis putas tristes parece adentrarse y desarrollar la historia de Florentino y la adolescente América de El amor en los tiempos del cólera; sin embargo, a diferencia de la relación entre Florentino y América, en Memorias, la estrategia consiste en esquivar las formas carnales de la pasión erótica y acercarnos más a la veneración que emerge de la pura observación.
     Entre el anciano escritor de Memorias y su Delgadina adolescente no encontraremos jamás un amor consumado, sino el amor en sus múltiples formas no correspondidas.  Como muchos de los amores que aparecen y mueven a las obras de García Márquez, es un amor contrariado, imposible, del que anticipamos un pronto e inevitable final.  Aún así, por breves momentos, el personaje halla una energía nueva y exaltadora para mirar al futuro o, en su caso, al día siguiente.  Esa sea quizá la sencilla, predecible y muchas veces abusada fórmula que nos deja el libro, es el amor aquello que mueve el mundo, aun a los cansados huesos de 90 años del narrador.
     En Memorias podemos acaso leer una declaración sobre la actitud y las formas de adentrarse en los meandros de la vejez.  Como un Quijote nonagenario, hay dos pasiones que acompañan al personaje de García Márquez.  Cuando la importancia y el valor de los objetos se difumina y el cuerpo ya por poco no responde, hay dos lugares casi sagrados a los cuales el anciano personaje parece no renunciar: sus libros, sus clásicos, y la oportunidad de regenerarse por medio del amor o de la pasión erótica expresada en formas más allá de las genitales.  Es una pasión que se expresa por medio del tacto, del oído, en el rasgado casi poético de una púa sobre el vinilo unas tardes de lluvia, en el caminar por una ciudad que ya es parte de uno mismo; sin duda, también en la escritura, en la visión de una etérea y casi atemporal joven a la que el viejo mira dormir. 
     Delgadina es un impulso virgen y casi paradigmático de aquel país real del Caribe que es también una república de las letras.  La “energía secreta a punto de reventar”, de aquella joven desconocida permanece, aunque el cuerpo del narrador del libro cierre pronto su ciclo vital.  Delgadina sea acaso el anuncio de lo porvenir, una latente posibilidad de las formas y de las palabras que ella no llega jamás a pronunciar, la necesaria regeneración creativa de una región, de un universo que va perdiendo a su más insigne narrador, no sin lucha, no sin humor (y piedad), no sin la última boutade literaria que es este libro.
    De muchas maneras el libro me alegra, porque la novela no se somete a lo que en la actualidad conocemos como lo políticamente correcto, sino que es fiel al universo literario creado por García Márquez, plagado de extremos, repleto de personajes tragicómicos que hemos  aprendido a reconocer y a querer, pero que también nos han interpelado sobre la naturaleza humana y los matices de este gran continente.  Habremos de que leerla no como un libro aislado sino en relación a toda la obra del escritor, a su mundo literario, sus propios predecesores y en este sentido, a pesar del anatema moral que pueda recibir, la novela es coherente, creíble y no nos defrauda, pues nos pasa una ficha más de ese inmensurable mosaico caribeño, unos personajes más de aquella provincia tan suya y desde hace años también tan nuestra.


De Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014




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