Por
otra parte si hemos de creer a los
poetas y a sus rivales escultores, ¿no brilla siempre
una risa loca en su rostro encantador?
Elogio
a la Locura, Erasmo de Róterdam
De todas las obras escritas por Gabriel García
Márquez Memoria de mis putas tristes (2004) tal vez sea una de las menos
comentadas, quizá porque ya sea considerada una novela menor o porque ya poco
agrega a la gloria del escritor colombiano.
Sin embargo, a más de una década de su publicación, he querido acercarme
esta novela corta para someterla nuevamente al escrutinio de la lectura.
Puede
la crítica anotada ser cierta y no por eso Memoria deja de ser una obra relevante,
ya que complementa el universo literario creado por el escritor colombiano, el paisaje urbano y social de una ciudad
caribeña hecha a medio camino entre la real Barranquilla y la imaginaria creación
literaria que continuamente aparece en la obra del escritor. En la obra de García Márquez hay un tiempo
casi mítico al que esta pequeña novela vuelve para mostrar otros dobleces,
aquel tiempo en que Barranquilla, según palabras del propio escritor, era el
sitio por donde había entrado el mundo entero a su país, un tiempo de apogeo
que entonces también se extendía tierra adentro. Son años que García Márquez bien supo heredar
de sus abuelos y después hacerlo más suyo que de ningún otro. De este khronos atesorado y en fuga, se revelan
también modelos amatorios, formas del querer desmesuradas que no atienden ni
entienden de formas de censura actuales, las formas del sentido común regentadas
por modeladores mediáticos de una moral que ya es mundializada.
No
hace mucho tiempo, en una de sus últimas obras (La gran novela
latinoamericana), el
desaparecido Carlos Fuentes explicaba que uno de los grandes semilleros de la
novela latinoamericana es y ha sido la obra de Erasmo de Róterdam (1466-1536),
y que de ella se desprende una larga progenie literaria. El Encomium Moraei (1511) muestra las
formas del humanismo de Erasmo: creer y dudar, la ilusión de las apariencias,
la dualidad de toda verdad, el poder
observar las cosas a partir de una distancia irónica y entonces poder
distinguir entre el saber y el creer. De la misma manera, la obras es también
es un elogio a los viejos y a su capacidad de reír, de ver la existencia humana
otra vez con ojos jóvenes.
Esta influencia bien puede aplicarse a la última obra del colombiano, la aparición
de un ser otoñal, enfermo de amor, pero que
a pesar de aquello, según lo encontramos descrito en la propia novela, es capaz
de adelantarse a los juicios del porvenir, por medio de la imaginación y de
recuerdos de historias que tal vez nunca se dieron.
En
los personajes de Memorias encontramos algunas similitudes con los
personajes de una novela anterior del colombiano, Amor en los tiempos de
cólera (1986). Si bien aquella
novela terminaba con el anciano Florentino
Ariza finalmente reunido con la mujer a la que ha querido a distancia toda su
vida (recorriendo de arriba y abajo el río Magdalena), sabemos que para poder
dedicarse a ella, Florentino hubo de interrumpir su relación con América, pupila
suya de 14 años. Sabemos también que al cabo de un tiempo, confusa
y desesperada, América se suicida. Florentino siente algo de pena por ella de vez
en cuando, mas continúa su idilio con su
septuagenaria amante.
Memoria de mis putas tristes
parece adentrarse y desarrollar la historia de Florentino y la adolescente
América de El amor en los tiempos del cólera; sin embargo, a diferencia
de la relación entre Florentino y América, en Memorias, la estrategia
consiste en esquivar las formas carnales de la pasión erótica y acercarnos más
a la veneración que emerge de la pura observación.
Entre
el anciano escritor de Memorias y su Delgadina adolescente no
encontraremos jamás un amor consumado, sino el amor en sus múltiples formas no
correspondidas. Como muchos de los amores que aparecen y
mueven a las obras de García Márquez, es un amor contrariado, imposible, del
que anticipamos un pronto e inevitable final.
Aún así, por breves momentos, el personaje halla una energía nueva y
exaltadora para mirar al futuro o, en su caso, al día siguiente. Esa sea quizá la sencilla, predecible y muchas
veces abusada fórmula que nos deja el libro, es el amor aquello que mueve el
mundo, aun a los cansados huesos de 90 años del narrador.
En Memorias podemos acaso
leer una declaración sobre la actitud y las formas de adentrarse en los meandros
de la vejez. Como un Quijote
nonagenario, hay dos pasiones que acompañan al personaje de García
Márquez. Cuando la importancia y el
valor de los objetos se difumina y el cuerpo ya por poco no responde, hay dos
lugares casi sagrados a los cuales el anciano personaje parece no renunciar:
sus libros, sus clásicos, y la oportunidad de regenerarse por medio del amor o
de la pasión erótica expresada en formas más allá de las genitales. Es una pasión que se expresa por medio del
tacto, del oído, en el rasgado casi poético de una púa sobre el vinilo unas
tardes de lluvia, en el caminar por una ciudad que ya es parte de uno mismo; sin
duda, también en la escritura, en la visión de una etérea y casi atemporal
joven a la que el viejo mira dormir.
Delgadina es un impulso virgen y
casi paradigmático de aquel país real del Caribe que es también una república
de las letras. La “energía secreta a
punto de reventar”, de aquella joven desconocida permanece, aunque el cuerpo
del narrador del libro cierre pronto su ciclo vital. Delgadina sea acaso el anuncio de lo
porvenir, una latente posibilidad de las formas y de las palabras que ella no
llega jamás a pronunciar, la necesaria regeneración creativa de una región, de
un universo que va perdiendo a su más insigne narrador, no sin lucha, no sin
humor (y piedad), no sin la última
boutade literaria que es este libro.
De
muchas maneras el libro me alegra, porque la novela no se somete a lo que en la
actualidad conocemos como lo políticamente correcto, sino que es fiel al
universo literario creado por García Márquez, plagado de extremos, repleto de
personajes tragicómicos que hemos
aprendido a reconocer y a querer, pero que también nos han interpelado
sobre la naturaleza humana y los matices de este gran continente. Habremos de que leerla no como un libro
aislado sino en relación a toda la obra del escritor, a su mundo literario, sus
propios predecesores y en este sentido, a pesar del anatema moral que pueda
recibir, la novela es coherente, creíble y no nos defrauda, pues nos pasa una
ficha más de ese inmensurable mosaico caribeño, unos personajes más de aquella
provincia tan suya y desde hace años también tan nuestra.
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