Saturday, April 18, 2009

Poéticas de la resurrección : Octavio Paz y el servicio diplomático en Francia


En estos días he tenido la suerte de leer el libro de Froylán Enciso, Andar Fronteras, un meticuloso recuento y estudio de las cartas diplomáticas escritas por Octavio Paz en sus primeros años en el servicio diplomático de su país. Desde mi lugar de estudio, este cono sur del continente o estos Andes que miro desde mi escritorio, en México también he leído un trayecto, un trayecto del intelectual latinoamericano desde las recién logradas republicas hasta el punto en donde lo retoma Froylán, en la posguerra, a partir de un minucioso seguimiento de la labor de Octavio Paz como diplomático en Francia.
Este trayecto parece un proyecto expansivo, el de encontrar su lugar en un mundo cada vez mas interconectado, al mismo tiempo cada vez más poblado de disparadores, diagnosticadotes de la realidad, codificadores y enterradores del futuro.
A partir del texto de Froilan leo entre líneas, los remanentes de la Ciudad Letrada, el poder de la escritura colonial hábilmente identificado por el crítico uruguayo Carlos Rama, que buscan un espacio en el mundo que ellos mismos ayudador a cambiar con el advenimiento de la pequeñas burguesía a fines del XIX, con el inevitable crecimiento de sus sociedad, con el cambio de cuadros de poder que significó la Revolución Mexicana.
Es un movimiento, de la periferia al centro del poder político, en los países de Latinoamérica, una manera de volver por medio de la estética, la manipulación de los signos, que a partir del siglo XIX tenderán a mostrarse cada vez más vanguardistas, aunque para muchos ésta no se más que una escenificación de su modernidad.
En Paz, en esos años cuando casi era invisible, vemos una constante negociación entre el espacio de lo privado y lo público, que se perciben en las cartas de Paz a sus superiores, a través de las gigantescas redes que la burocracia de la revolución mexicana ha tejido. De alguna manera, vemos que desde la colonia el prestigio alcanzado por la letra no termina por desaparecer, sino que negocia, se camufla con los nuevos detentadores del poder y sus maquinarias culturales, como las anticipadas “moscas” descritas por Mariano Azuela en Los de Abajo, pero que ya habían pululado durante el periodo del porfirato. Es también una vuelta por intermedio de mercado, el oficial mexicano y uno en ruinas que después de la guerra apenas empieza a reconstruirse.
Si en un momento, en la historia de las recién creadas repúblicas latinoamericanas la figura de escritor y político-estadista se encuentran relacionando, sino unidas, con el modernismo poético esta unión parece deslindarse, con la democratización de la cultura, el crecimiento cosmopolita de algunas ciudades. Aunque esto sea parcialmente cierto, en su “estética de bazar” como la denomina el crítico Saúl Yurkevich, percibimos también la angustia de muchos letrados ante esta democratización y ante la banalización de las artes y la vulgarización de sus objetos, insertos ya, en un mercado de masas.
El modernismo, entonces, es también una repotenciación de la palabra, del fetiche de la escritura, una vuelta al arcano, a lo sagrado, aunque esto signifique sumergirse a veces en la decadencia o inestabilidad de la muchedumbre para volver con pleno dominio de sus códigos, con ese lugar poético donde la sensibilidad amenazada por las masas pueda protegerse. A partir de ahí, también continuar siendo sujetos interlocutores de sus países, visionarios, profetas, monjes o místicos en defensa de lo externo, de la desespiritualización de sus sociedades.
A pesar de las aparentes máscaras democráticas del modernismo, muchos de estos poetas, en el fondo, buscaron recuperar el aura y el poder del letrado, el deseo de un regreso al gobierno de los más dotados y sensibles, a las dictaduras ilustradas.
En ese momento era Europa, París, todavía Madrid eran los bulliciosos centros de legitimación de los escritores latinoamericanos, pero en tiempos de Octavio Paz, todo se halla destrozado. Leemos entonces la reconstrucción, en todos los ámbitos, en el político, en el económico, finalmente en el estético, aunque estos tres ámbitos generen desajustes, contradicciones, como el buscar proyectos sociales que incluyan al todo, cuando por otro lado, los proyectos poéticos buscan son la vuelta de individuo, apabullado por los proyectos totalitarios, que son la defensa y erección de su sensibilidad ante las amenazas de la nada, de la muerte, la incomunicación, de la ausencia de futuro que el tiempo de este Paz en formación nos presenta. Por ejemplo, en el poema “insomnio” de esos años leemos:

Quedo distante de los sueños
Abandona mi frente su marea,
Avanzo entre las piedras calcinadas,
Y vuelvo a dar al cuarto que me encierra:
Aguardan los zapatos, los lazos de familia,
Los dietes de sonreír
Y la impuesta esperanza:
Mañana cantaran las sirenas.

¿Qué queda entonces, sino buscar lo trascendente? Quizá en un principio a partir de las preguntas y sólo más preguntas, luego en el esfuerzo por conectar al hombre con lo trascendente, lo que antecede al hombre y tan bien lo continúa, que puede ser el retorno a lo eterno, a las poéticas de lo erótico, lo mítico, lo onírico, la que comunica a los hombres en oposición las estéticas de un pesimismo celebratorio del superhombre Nietzscheano, quien más allá del bien y del mal, destruye más que crea para afirmarse, se rebela por rebelarse, en nombre tan solo de su voluntad, tal como indica Czeslaw Milosz en Legendas de la Modernidad, sin conexión a las consecuencias, liberando así los más terribles poderes de las fuerzas dionisiacas del mundo.
Los intereses de Paz, muestra el libro, van de la mano, más de unas cosas, pero escalar, reconstruir, negociar, intentar ver, para evitar caer en la desesperanza, para no perder la fe en el hombre en el mundo. Claro, hay un Paz universal, y hay Paz mexicano, el escritor que nunca ha dejado de ser un letrado, un poseedor de una sensibilidad adelantada, aun como la cara o la representación de un gobierno populista (de la muchedumbre) y autoritario.
El libro de Froylán Enciso, en su “epilogo para una continuación” termina en un pequeña conclusión que quizá se la más debatible, la más rica para discusión, un buen epilogo para la continuación, precisamente. Froylán escribe, refiriéndose a Octavio Paz: “Supo que lo trascendental no ocurriría de los limites de lo nacional”.
Si lo trascendental es lo político, la disputa por el poder y la repartición del mundo, es posible, aquello en Latinoamérica nunca ha ocurrido en los límites de lo nacional, pero si por lo trascendental nos referimos a aquellas cualidades de acceder a otras realidades al margen de lo aparente, a lo bello, por medio del arte --ambiciones pequeño burguesas, ciertamente-- entonces me pregunto si lo trascendental no empezaría precisamente en lo nacional, como nuevas poéticas, nuevas propuestas estéticas, como una “piedra de sol” que posteriormente vaya a ser base y al mismo tiempo “escritura de fuego sobre el jade” para fecundar a un mundo que vuelve y que necesita volver en un continuo renacimiento. Paz entonces como “el poeta” de ese valiente mundo nuevo, literario que tanto celebraría su compatriota Carlos Fuentes en años por venir. Desde su labor diplomática, desde el lugar que Froylán lo describe, creo que entrevemos la búsqueda, anticipamos los resultados.