Sunday, October 26, 2008

50 años de lo “Ríos Profundos”


A 50 años de la publicación de su principal obra y a casi 40 después de haber puesto punto final a su vida(y a su ultimo libro) de un balazo, José María Arguedas todavía suscita grandes discusiones, al menos dentro de la academia, donde su obra se constituye en el nudo de una reflexión iniciada décadas atrás de su aparición y que con él culmina en una de sus más grandes producciones, para dar lugar a lo que vendría, inclusive a la rebelión y un pretendido parricidio que en vez de borrarlo, simplemente lo afianzan en ese lugar central en la literatura latinoamericana y mundial. Si cuatro siglos después continuamos leyendo al Inca Garcilaso o a Guaman Puma para tratar de descifrarlos, para deshilvanar sus estrategias discursivas y su lenguaje hermoso y monstruoso al mismo tiempo, pues intentan lograr la armonía de dos mundos, dos lenguajes que se rechazan, que buscan eliminarse, pero que necesitan coexistir, asimismo pienso que en muchos años más continuaremos leyendo a Arguedas, cuando otros escritores del boom, quizás injustamente, hayan desaparecido. Tal como sucedió con algunos críticos de Borges, escribir de Arguedas se convertirá tal vez en una manera de salvarse.
Si estudiar Roberto Arlt o al propio Borges en el cono sur, nos posibilita entender cómo se hace un escritor en una naciente metrópoli, como éste lidia con las escasas tradiciones, con los nacientes cánones literarios y con su entorno para escribir desde un país y una región que apenas se esta haciendo, la obra de Arguedas, asimismo, en otra área cultural como la andina, posibilita otra reflexión, aparte de la propia forma del texto, cómo escribir ya no sobre lo indígena, sino escribir como un indígena podría hacerlo, sobre un mundo y unos sujetos que persisten, pero que al mismo tiempo ha sido cruzado por 500 años de reproducción de modelos culturales feudo-señoriales.
Si alguna vez me pregunté que hace a Jaime Sáenz tan especial, ahora reconozco que difícilmente existiría Sáenz sin Arguedas, aunque en un principio parezcan tan diferentes. Ambos se alimentan de las mismas reflexiones sobre literatura y sociedad, lo indígena y lo andino, hecha en los países dela área, reflexiones que a menudo se mutilan muy nacionalistamente entre lo peruano o lo boliviano sin percatarse los vasos comunicantes y la movilidad de los escritos e individuos alrededor del lago las primeras décadas del siglo XX. Tanto Arguedas como Sáenz posteriormente, encausaron esas reflexiones, de acuerdo a sus posibilidades vivenciales y expresivas y su manejo de la lengua y sus registros, hacia poderosos proyectos estéticos difíciles de desentrañar para los modelos s totalizadores como los del boom, en la literatura latinoamericana.
Pero veamos, hagamos conexiones, traigamos el texto a la discusión para que el texto nos hable, no ahora del por qué de su forma, que seria lo ideal, pero que un texto periodístico no cabe ya explicar el texto, sino acercarlo a nosotros, lectores.
Revisando “Diamantes y Pedernales” uno de los primeros proyectos de Arguedas del año 54, nos damos cuenta que su universo ya estaba constituido, al menos ese universo que poco a poco va abrirse para monstruosamente querer contar la totalidad del Perú. “Diamantes y pedernales” muestra ese universo cruzado por el poder omnímodo del Gamonal, pero en el que sin embargo transitan otros seres, mágicos, como el persona de del opa, wayrapamushca, el alter ego nómada y multiforme del escritor que aparece en muchas de sus obras, como un niño, como un pongo, o como en este caso, casi como místico fraile que recorre la montañas. A pesar de la aparente estupidez del personaje central de este cuento, su situación trashumante y su talento musical, le conceden otro nivel de conocimiento que lo emparenta con el universo mítico, rítmico y melódico de la naturaleza en el que también se inserta y del que extrae notas para componer sus canciones. Tanto el Upa como el Gamonal, a pesar de sus diferencias, de la violencia que uno u otro pueda ejercer, no son totalmente diferentes, pues lo indígena, a través de la música ha conquistado o influye en el carácter mestizo del terrateniente.
Este me parece ser uno de los aportes mas importantes de ese momento del indigenismo, advertir ya, aunque tal vez desde un determinismo geográfico, que lo indígena ya no es asunto de raza o pasado histórico, sino que los cultos han sobrevivido en el vínculo del hombre de los andes a los elementos, con la naturaleza, la montaña, el rio, los animales Situación que por otro lado, había sido expuesta anteriormente por teóricos como José Uriel García en el Nuevo Indio.
“Diamantes y pedernales” adelanta ya los ríos profundos de su novela más compleja, aunque no necesariamente la más ambiciosa. Universo fronterizo de las alturas, gigantesco en sus interconexiones. (500 pueblos, dice el cuento.) y a pesar de su grandeza, es un espacio todavía delimitado( más no aislado) por los ríos, como rumor que recorre los campos, como referentes de la verdad, de un lugar donde se logra la comunicación o ésta no llega a romperse. Más allá está la nada, un espacio infinito o desconocido, quizá la alegoría de la muerte o de la destrucción capitalista de la comunidad, de la incomunicación, puesto que las aguas que fluyen no tienen regreso. El rio, como la laguna, como un muchas obras de la literatura indigenista, es una presencia constante en la escritura de Arguedas, en la cual alcanza el mayor grado de reflexión, de reconstitución de su mitología y sus significados realistas, míticos y poéticos en el habitantes del Ande.
Ahora, mucho se ha discutido de las intenciones políticas del escritor, de sus intentos museográficos de rescatar y preservar los mitos y tradiciones de los andes que le toco vivir y en ese intento, pues dar una impresión falsificada de un área que por lo contrario, siempre esta cambiando, absorbiendo elementos del nuevo capitalismo que ingresa y donde sus sujetos son más móviles de lo que parecen. Ciertamente, el afán de rescate existe, nombrar para hacer visible, para escapar de las construcciones idealmente homogéneas del Perú. Cierto, pero su escritura es todavía más compleja, pues en muchos casos resulta críptica. A pesar de su aparente realismo, como un Rebeláis que del que difícilmente descubriremos las fuentes populares de su risa, o los referentes alegóricos a los cuales se enfrenta, Arguedas simplemente nos confronta a otro universo cultural, a otras vertientes populares que simplemente son, sin necesidad de explicarlas:
La noche del 23 de junio esos arpistas descendían por el cause de los riachuelos que caen en torrentes al rio profundo […] cada maestro arpista tiene su pak’cha secreta. Se echa, de pecho, escondido bajo los penachos de las sacuaras; algunos se cuelgan de los troncos de molle, sobre el abismo en que el torrente se precipita y llora.
La elección de la fecha no es gratuita, tampoco la presencia del molle, de las sacuaras junto a la pak’cha, la cascada, y sin embargo, el párrafo nos deja con mas preguntas que revelaciones.
En otro párrafo del cuento podemos leer:
La luna menguante no opacaba las estrellas, iba acercándose al dilo de los montes, en un extremo del cielo despejado; bajo la luz tranquila brillaban las estrellas, sin herir tanto. Nunca se funden las cosas del mundo como en esa luz. El resplandor de las estrellas llega hasta el fondo, a la materia de las cosas, a los montes y ríos, al color de los animales y flores, al corazón humano, cristalinamente; y todo está unido por ese resplandor de silencio
Aunque este párrafo nos remita a una concepción organicista del mundo, a una ideología medieval , antes que concepciones o sistemas de pensamiento indígenas, a un universo ordenado por un Dios único y masculino y cuya escritura debemos encontrarla en el libro de naturaleza, el párrafo nos revela también la intención de Arguedas de insertar al hombre en ese universo de creació estable y significante, acercarlo a una lectura de esos signos, una ilusión temporal de logro, que casi siempre devendrá en un fracaso, en una salida violenta donde el exceso, a menudo sexual, se hace presente.
Esta intención abarcadora se complementará con otras formas de contar el paisaje, ya no como un sobrevuelo, o con un anonadamiento ante lo gigantesco, lo pétreo o lo inabarcable, por lo contrario, Arguedas tratará siempre de contar de adentro hacia afuera, imitando, en muchos casos la mirada de los insectos. Entonces los animales, las plantas, las rocas, los mismo insectos ganan presencia, densidad e historia dentro de las historias de sus personajes:
Porque el acknk’aray y a phalcha florecen sobre la tierra helada, bajo los pedregales en que comienzan la nieve. […]El corazón humano se enciende al encontrarlas. Quien las descubre junto a los desiertos cegadores de nieve, vibra dulcemente y se arrodilla. Los jóvenes indios amantes las cortan en las noches de carnaval; y un líquido cristalino brota de su tallo roto.
Quiero terminar mencionando en “Diamantes y Pedernales” una característica temprana que va a ser llevada mucho más allá en posteriores obras del autor. Cuando Arguedas describe al rio, por ejemplo, dirá:
… ríos antiguos, poderosos, de corriente de acero, que han cortado los andes en su parte más alta –pedernales diamantes-hasta formar abismos a cuyas orillas el hombre tiembla, ebrio de hondura, contemplando las corriente plateadas que se van, entre bosques colgantes.
Puede ser una descripción cercana a los ríos de su infancia, y sin embargo es el comienzo, a partir de la cercana observación de las condiciones onomatopéyicas de muchas palabras del quechua, de un denodado y desesperado intento por desenredar la palabra, la entidad, para hacerla hablar desde sus sonidos, sus oposiciones y sus choques como Diamantes y Pedernales que al sonar se nos revelan. Y ahí esta lo maravilloso de Arguedas, ese ambicioso proyecto de eliminar el concepto, intentar eliminar esa separación entre objeto y lenguaje e intentar que la naturaleza se haga lenguaje y el lenguaje desprendimiento de la naturaleza. Deseo que es utopía, que a veces parece que se logra, pero como el narrador, como sus móviles personajes, es un lugar donde no podemos quedarnos, pero que leemos extasiados, con el oído también, para al terminar, pensar que a pesar de las separaciones y distancias, en ese universo nos insertamos, a ratos completos. Entonces, por unos instantes, nos queda la certeza o la sensación, que a través de los elementos hemos escuchado a Dios. Larga vida a Arguedas.

Sunday, September 14, 2008

El mundo desafortunadament es real



Salto de la ficción no para llegar a la realidad. No puedo, sino solo comentar los flashes de noticias y cifras sangrientas que recibo de la patria. El caos también tiende a amarrarse a mi escritura y de repente las eres se pierden, ni que decir la bes. No hare una ficción, no cabe, la muerte no admite ficciones ni rodeos estéticos, ni ritmo, ni siquiera un narrador capaces de comunicar el espanto de otros que nunca alcanza parea ser de uno y todavía lo es. Entonces recapitulo:
La cuestión de la raza es más problemática que el de clase, dice Antonio Cornejo Polar, retomando las reflexiones de Carlos Mariátegui en los años 20. Raza más problemática que clase, pues en sociedades tan racializadas como las andinas, herencia de siglos de colonialismo, hasta el de izquierdista busca la negación de la cuestión de la raza, como el espejo que no quiere mirar (mirarse) y el indígena, a pesar de ser de izquierda, aislará al otro como su opuesto, su enemigo, el que por ser diferente a él, es su potencial opresor.
Hay dos Bolivias dicen, como siempre, no sólo dos Bolivias, también dos Perús, dos Ecuadores, dualismos irreconciliables que emergen desde el primer día de la conquista, que no por no ser tan notorios estos dualismos, han dejado de ser latentes y hasta cíclicos. Si queremos socialismo habremos de sortear primero la cuestión de la raza, resolverla en nosotros, como las formas que aunque formas sin embargo están cargadas de valor simbólico. La forma primero (¿cual?) habrá de imponerse o luchar antes de avanzar hacia lo político o lo económico. El problema es que muy pocos están dispuestos a transformarse, a abandonar sus formas (que no son esenciales) a favor de un proyecto nacional ya sea de formación homogénea o de otras posibilidades económicas o sociales. Las formas hegemónicas, cargadas de estatus y poder: idioma, religión, etc. con sus particulares representantes, quieren seguir siendo hegemónicas, sin admitir otra posibilidades (vistas a menudo como retroceso), ser pues la norma que se debe adquirir. Las formas subalternas quieren dejar de ser subalternas( por qué tendrías que seguir siendo subalternas además). En todo caso, sobra rigidez y nos falta imaginación para transformarse, para ser de “todas las sangres” y a partir de acercarnos a uno los ideales de la modernidad, la unión de lo diferente en el mercado de objetos, de sujetos y saberes. En cualquier caso, donde no hay mercado suficiente y donde hay racismo (sociedad colonial) esto no puede suceder.
Tanto socialismo como capitalismo es incapaz de lograr un consenso de las formas, estados que se requieren y se rechazan, porque efectivamente ha existido y existe una relación de opresor y oprimido, lo visible y lo marginal, lo que se busca ser eliminado y lo que se resiste a ser eliminado. En buscar un punto medio de armonía se le ha ido la vida a muchos, puesto que no existe, es ficticio, es estética y estática, como una foto de un bello monstruo, pero que al ponerse el movimiento el cuadro nos damos cuenta que se esta royendo la cola, que se esta matando una parte de si para ser un otro que nunca termina siendo.

Wednesday, September 3, 2008

Me cago en Borges.



A veces, aunque no es mi preferencia, es necesario alejarse del objeto querido para volver a mirarlo, no tanto desde el idealismo que significa su admiración por cualidades que consideramos intrínsecamente literarias (¿?), sino desde un cierto modelo, ciertos parámetros que nos revelan un estilo o una estructura mental.
“Me cago en Borges”, dice mi celebre profesor marxista Mallcon Read y yo me pregunto a qué se refiere con ese exabrupto, si es que realmente defeca sobre el “hacedor” o si es más bien una regresión a una etapa libidinal diferente, cuando el placer se extendía a cada rincón de su cuerpo y no en la genitalidad o en la mente, ese falo de poder masculinizado. “Me cago en Borges”, dice él, porque es una manera de ensuciarlo, de bajarlo a la realidad, una realidad de la cual Borges quería escapar a cada momento y reducirla tan solo a formas mentales sin tener que recurrir a la experiencia o al cuerpo, que como sabemos, para él era algo tan débil y deleznable.
Pues bien, escribiré sobre Borges, sin necesidad de ir tan lejos, aunque intentaré aplicar un esquema sobre uno de sus cuentos, para intentar librarme de obnubilación hacia el maestro, no sin el riesgo, claro, a veces de la sobre interpretación y más de las veces, de reducir la infinita semiosis borgeana a unas cuantas variables.
Emma Zunz es uno de los pocos cuentos de Borges con una protagonista mujer. A pesar de esta diferencia inicial, encontramos muchas similitudes con otros del mismo autor. Por ejemplo, su apego a la estructura de una historia policiaca, tal vez como una parodia al deseo burgués del orden y el control de lo extraño en los comienzos de la urbe moderna regida y organizada. Emma Zunz, en este caso, se convierte en una invertida historia policial, o la crónica de un crimen perfecto, cuya urdiembre sólo es conocida por dos personas a ambos extremos de un posible modelo de comunicación escritural: por un lado el narrador, un narrador no identificado, en este caso difícil de identificar con el propio Borges (como a menudo suele ocurrir); por el otro lado, el lector/a, receptor final de la historia. Ambos, sin embargo, identificados entre sí como cómplices, pues tanto narrador y lector conocen los detalles de la ficción, del crimen que terminará por cometerse.
Como una forma de alegoría, muchos de los cuentos de Borges hablan de la imposibilidad o la posibilidad de escribir, aunque esta actividad esté camuflada detrás de otras actividades, ya sea el de soñar o la de montar una ficción, una narración, que como un duelo, conduzca a un lector de pistas, al engaño, como en el modelo de la “Carta Robada” de Allan Poe, donde en el enfrentamiento intelectual entre Agustine Dupin y el Ministro, lo más evidente encierra la artimaña del ocultamiento.
Emma Zunz es pues también un combate entre distintos tipos narradores, unos que se encuentran en determinados lugares de un contexto social, que en el caso de “Emma Zunz”, aparece más claro que en otros cuentos del escritor argentino, donde, a menudo, los posibles trasfondos de realidad desaparece para dar paso a fábulas o ensayos donde las ideas son las protagonistas.
En la historia en cuestión, el estafador Aarón Loewenthal es capaz de tejer una mentira que provoca la ruina y la posterior suicido del padre de Emma. Lo que no sabe es que Emma conoce toda la verdad. El conocer esa verdad, describe el narrador, le crea a Emma un “’ínfimo sentimiento de Poder” (70), tal vez el mismo “ínfimo poder” que le queda al lector el conocer una verdad compartida con el personaje de Zunz al final de la historia.
A partir del conocimiento de esa verdad, en la historia lo que se da es el duelo entre el hacedor Lowenthal y la hacedora Emma Zunz, dos arquetipos de escritores. Por un lado Loewenthal, hombre avaro y corpulento, para quien “el dinero era su pura y verdadera pasión”, por el otro lado Emma, una mujer casi etérea, cuya mayor habilidad es pasar inadvertida, abocada al tejido de su relato.
Ambos representan valores distintos, unos que se imponen en la Argentina de Borges donde ya predomina la fábrica, el afán de lucro sobre el bienestar de los otros, que dejan de ser individuos para convertirse en masa, tan sólo en fuerza de trabajo desechable. Lowenthal más que representar al estereotípico judío muestra tal vez el momento de transformación industrial que vive argentina. En oposición Lowenthal está Emma, quien representa los valores de un modo de producción que van quedando atrás, donde resaltaba el honor, la lealtad; es decir, valores feudales en oposición al utilitarismo gran burgués.
Borges, a pesar de tratarse de un relato policiaco con tendencia a lo verdadero y cronológico, difumina la frontera de lo real y lo irreal. No es real lo que conocemos o lo que vemos, sino tal vez lo que somos capaces de narrar o la forma en que insertamos a los hechos y personajes dentro de una linealidad para que otros lectores los vean.
Así, Emma Zunz teje una ficción, puesto que asomarse a lo material, a lo arbitrario y azaroso de la realidad, confronta al personaje de Emma con la angustia, al lector al desorden de la sociedad y de sus propias vidas. Ante la imposibilidad de conocer lo que llamamos “real” desde donde amenaza el caos y la muerte, surge entonces, como casi en todos los cuentos de Borges, una frontera entre el sueño y la vigilia donde se vislumbra lo que podría ser, aunque no necesariamente lo que es, aunque ese vislumbrar también pueda acercarnos más a la nada que a la posibilidad de cualquier trascendencia:

Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizás improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad (71).

Para convertirse en narradora, sin embargo, Emma Zunz debe primero destruir al narrador inicial. De ese manara, la historia es también una lucha edifica entre un padre y un hijo. Matar al padre escritural degradado por el capitalismo para erigirse como escritor/a, uno que se erija sobre el mercado para residir en el mundo de las ideas, que aunque no lo sean, parezcan más reales que la realidad. Su narración entonces se convierte en una ficción que reemplaza la realidad, otra ficción dentro de la ficción ya creada por el estafador Loewenthal.
Sin embargo, a pesar del “odio “y del “ultraje”, por el que elige pasar Emma para crear la ficción que la lleve a la muerte de Loewenhtal, su engaño esconde un ficción más profunda y es la que Borges sugiere, en un giro psicoanalítico, en el cuento (que Reads no comparte).
El escritor Borges, a pesar de contarnos el entramado de una historia verosímil que pasará por verdad, también sugiere que lo real inclusive no es eso, sino aquello que ha angustiado al personaje de Emma toda su vida y que surge en el momento de mayor realidad, cuando las ideas o ficciones se abandonan para descender a lo corpóreo:

Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió enseguida, en el vértigo (71).


[…], quiso estar al día siguiente. […] comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin (69).

Lo más real entonces parece ser la muerte del padre, o la humillación física que él le impuso a la madre o quizás a ella misma. Son situaciones que presentan mayor angustia, el caos de lo incomprensible que se debe aislarse inmediatamente con otra narración idealizada.
Hacia el final del cuento Emma no sólo asesina a Loewenthal por la muerte de su padre, es asimismo una venganza por su propia humillación, la necesitad de haber tenido que descender a lo material para poder tejer su engaño. En ese descenso a lo material Emma ve más allá de su propia ficción, pues recuerda la imposición de la figura paterna, la subordinación de lo femenino a la voluntad masculina del padre y que se hace insoportable en el momento de la relación sexual con el marinero sueco o finlandés. Es el momento del “el vértigo”, cuando una narración se abre a otra ficción, a una ficción donde Emma hasta ese momento no se daba cuenta que se encontraba.
Es la ficción de su propia vida, la ficción de todo el propósito de su crimen, que hasta ese momento del cuento se había impuesto como una obligación: recuperar el honor perdido del padre, vengar la traición de Loewenthal.
Si Emma Zunz se convierte en una hábil narradora engañando y al final matando al padre escritural, pienso que este cuento va en reverso a otros cuentos de Borges, cuando el personaje principal, para poder crear una ficción tenía que feminizarse, finalmente recurrir al cuerpo, o a la metáfora del cuerpo femenino para poder crear, parir una ficción. Esto podemos observarlo, por ejemplo, en los siguientes fragmentos de “La muerte y la Brujula” y “La forma de la espada”:

Nueve días y nueve noches agonicé en esta desolada quinta simétrica (Muerte.., 168)

Nueve días pasamos en la enorme casa del general (La forma de….143)

En el caso dela historia de “Emma Zunz”, sucede todo lo contrario. Para que el personaje pueda convertirse en narradora debe masculinizarse. Matar a Loewenthal no es sólo entonces matar al padre narrativo, es también matar al padre biológico que la ha castrado, que le ha impedido convertirse en sujeto. Así, simbólicamente, cuando al final Emma dispara contra Loewenthal, utiliza su mismo revolver, vehículo organizador de lo simbólico, el falo escondido que el dueño tiene en el escritorio, y que utilizaría si es que acaso vislumbrara la treta de Emma. Su muerte, lo dijimos, es también una venganza por haber tenido que descender a la materialidad para escribir su ficción, el tener que haber recurrido al “asco y la tristeza” por tener que usar el cuerpo. Sin embargo, ese fue el precio para convertirse en sujeto que escribe y de quien se escribe, para convertirse en una creadora.





Tuesday, May 6, 2008

Los últimos días de Sáenz


Por qué Jaime Sáenz resultó ser tan influyente o porque su escritura ha sido tan difícil de superar, especialmente para los escritores paceños que ya siguen su monumental obra o intentan profundizarla u ampliarla en sus márgenes y profundidades. De acuerdo a lo que dice el crítico Luis H. Antezana, Sáenz es “el que más escuela ha generado en todo el país. Escuela no sólo en la marca sanzeana frente a cualquier otro poeta o narrador, sino en el sentido de verdadero culto, con seguidores e imitadores por doquier”. Su obra asimismo, dice el crítico, comenzó a generar especies de hipertextos o ramificaciones, como en las artes plásticas, la música o el teatro o el cine, hipertextos que todavía no terminan de reproducirse. Para Antezana, de algún modo, La Paz que ahora conocemos, es obra de Sáenz.
No quiero detenerme más en lo que se dice del poeta y escritor, declaraciones que sólo suman a engrandecer a veces el mito de la figura, generalmente en base a la evocación de su enigmática y torrentosa vida, pero dejando al margen la letra, la literatura; por el contrario, en este pequeño espacio quiero descender a su obra, una de sus ultimas obras El Señor Balboa (1985), publicada póstumamente, para tratar de encontrar, desde el texto, lo que hace que su escritura sea tan esencial y al mismo tiempo tan generativa.
Apunto entonces algunos elementos que saltan a la vista. Primero, la ausencia de narrador o la casi desaparición de éste para dar paso al diálogo vivo y muchas veces ameno. Es un dialogo de sujetos y personajes de un lugar innombrado, que como lectores bolivianos, sabemos que es La Paz, pero que para otros, no sería tan evidente, porque el espacio no se hace de referentes históricos, fechas, grandes historias, sino de pequeñas historias o pequeños grandes hombres que mezclan, en un constante tableteo coloquial, lo banal con lo trascendente, lo ingenuo con la más grande certeza de la vida y de la muerte, de una manera casi teatral y escenificada, pero que no por eso su voz se hace improbable, sino que puede ser el resultado de la sobreactuación que les otorga su eterno anonimato, su alejamiento de la esfera pública de la sociedad.
Esta parece ser la estrategia, mezclar esa reflexión filosófica y metafísica con la anécdota minúscula, con la curiosidad cotidiana de sus personajes, para de ese modo evitar la exagerada solemnidad, o quizás el desamparo de unas vidas rodeadas por la muerte y por lo desconocido, presente en un ambiente que se derrama sobre los personajes, en signos y señales agoreras inescapables y que a todos afecta, tanto a indígenas como a citadinos filósofos. Así, al referirse a la enfermad de su esposa, Balboa le pregunta a su sirvienta si es posible la cura y ésta le responde llorando:
“A lo mejor no se pueda curar. La otra noche el gallo se ha asustado al cantar, y la vela no ha querido alumbrar. Es mala seña.
El señor Balboa sintió un vértigo. (123).
Para aislar ese vértigo, conquistar ese mundo de señales innombrables es que los personajes de Sáenz ahondan en el conocimiento. No obstante es un conocimiento hecho de lógicas caprichosas y contradictoras, que tanto mezclan lo científico con el conocimiento popular, con la creencias y supersticiones de los personajes, que sin embargo no son sólo particulares, sino que provienen de un gran reserva de conocimientos y recetarios del vulgo a los cuales el autor parece recurrir.
En cuanto al lenguaje. ¿Puede alguien decir de cuando o de dónde es el lenguaje? Es difícil decirlo, como tampoco es fácil precisar el lugar de su escritura. Puede decirse que es un lenguaje arcaico, de una La Paz que ya no existe”(como muchos lo han acusado) y que el autor se encarga de cultivar con todos sus giros lingüísticos, sus modismos. Sin embargo, como el conocimiento, que el autor se encarga de poner en los seres más inverosímiles: artesanos, cholas, aparapitas, borrachos y otros de tal lid, el lenguaje también parece emerger de los últimos rincones de ese espacio citadino, donde el tiempo parece haberse detenido y el lenguaje conservado en un estado homogéneo e impoluto en todo su barroquismo y sus retruécanos.
Como alguna de su poesía, es un lenguaje que da vueltas sobre sí mismo, para llegar a un término, a una síntesis en su lógica, que puede ser una falacia, o una insensatez, pero que está perfectamente y vitalmente asumida por sus personajes hasta llegar a convertirse en una verdad inamovible que guía sus vidas:
Y tanto vale una esposa, que ella tiene perfecto derecho a todo; absolutamente a todo; menos matar a su esposo. Pero su esposo, si que tiene derecho a matar a su esposa. Yo soy tajante y radical en mis principios. Cuando el esposo engaña a su esposa, no engaña; pero cuando la esposa engaña a su esposo, engaña; entonces el esposo tiene derecho de matar a su esposa(119).
El peso de lo macabro siempre se aliviana por la jocosidad y la contradicción de las reflexiones, o la irrupción de los cuerpos celebratorios de los personajes, a veces también necesitados, como pícaros escapando de la muerte y del hambre, pero que de la misma manera que invitan a la muerte en sus conversaciones, la alejan también o la posponen con sus excesos y peripecias vitales: “Las mismas tinieblas son esa chispa. Y esa chispa es la muerte, pero ahora quisiera preguntarle que es bueno para el dolor de cabeza” (137).
Aparte de esa breve mención de los motivos de por qué la literatura de Sáenz se ha vuelto tan influyente, hay una que no puede pasarse por alto y que creo a concitado una gran adhesión: su culto a la escritura, y sobre todo, su culto al escritor como nómada citadino, que tal y como un decadente de la modernidad, debe descender a los avernos de la ciudad para extraer sus conocimientos, un conocimiento necesariamente mezclado, sino fusionado en las bodegas de la urbe. Desde allí Sáenz construyó su mito, que es también su escritura, sus múltiples alter egos. Desde allí prácticamente obligó a los que vinieron después a recorrer caminos ya transitados, donde él es faro, pero también es sombra.

Sunday, March 23, 2008

Sobre El Aleph borgeano


Encuentro en El Aleph de Borges uno de los cuentos más fascinantes y mismo más tristes. Fascinantes porque juegan con el deseo de la unidad del hombre con el resto del universo, con el infinito que al final no puede comprender y que al tratar de hacerlo, sólo le provoca el vértigo, las ganas de vomitar. Pero aquí, por medio del Aleph todo parece tan claro, es como tener por unos momentos los ojos de Dios. De ahí la imposibilidad de poner lo visto en un lenguaje, la parodia que hace Borges del poema de Carlos Argentino, reemplazar el mundo por medio del lenguaje, pero ese lenguaje es insuficiente, resulta ridículo. En oposición a esa deseada unidad, el cuento nos presenta la soledad del personaje, su imposibilidad de alcanzar la plenitud por medio a del mito platónico de la mitad perdida. La muerte de Beatriz le ha cerrado esa posibilidad, lo ha dejado “chulla” para siempre. Así en el cuento encontraremos frases tan patéticas como dolorosas: “muerta yo podría consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación” y de repente también escrito el deseo de todos, o de todos aquellos que alguna vez han perdido un ser querido, aun arrebatado(a) por el tiempo, la distancia, también por la muerte. Así, Carlos Argentino soborna a Borges, el personaje, con la posibilidad de restituir ese rostro querido, tal vez alguna la mueca en la tarde soleada que a él recuerda y que sólo a él le perteneció: “ Muy en breve podrás establecer un diálogo con todas las imágenes de Beatriz”.
De repente, El Aleph muestra el peligro, conocer también aquello que nos pueda destruir, bajarnos a pedradas de nuestros parnasos, de nuestros paraísos donde nos acurrucamos para poder dormir en la s noches, también el lado oscuro de la imagen idealizada, la traición, la ficción de la unidad, aunque el deseo persista. ¿Que le queda al personaje Borges después de esto?, sino tal vez el suicidio, la muerte. Por suerte el Borges escritor se encargó de salvarlo y le construyó otras ficciones. Ambos se necesitaban.

Thursday, March 6, 2008

Cuando Sara Chura despierte


A falta de una crítica más detenida y mejor meditada, que eventualmente llegará, les trascribo un fragmento del libro de Cuando Sara Chura despierte, de Juan Pablo Piñeiro, un libro que difícilmente lo encontrarán, por su edición casi anónima y subterránea. Sin embargo, si lo escuchan, si cruza por su vista, si logran sonsacarlo o arrebatárselo a un transeúnte, se los aconsejo, no porque sea un gran libro, a veces sus prestamos son demasiado evidentes y groseros, sino porque a momentos, es también un libro que sólo podría sostenerse con la fuerza de su lenguaje, mitológico y eufónico. Lo único que adelanto, sin embargo, es uno de sus parentescos, Visitante Profundo de Jaime Sáenz, pero donde el desaparecido poeta calla ante aquello que sólo apenas se vislumbra, el joven escritor paceño pronuncia para darle forma al parnaso y adentrarse en ese día, cuando la deidad despierte:
Cuando Sara Chura despierte estará más hermosa que nunca. Vestirá doce polleras de distintos colores y bajará con su cortejo triunfal por la avenida Mariscal Santra Cruz, el dia de la Entrada del señor del Gran poder del año 2003. A las cinco de la tarde, en sus cabellos blancos nadarán dos sirenas de plata y en su sonrisa se adivinará la tristeza acumulada por tantos años de silencio. Llevará un cetro antiguo en la mano derecha y en la otra mano una tierna espiga de quinua dorada. Su espalda estará cubierta por un ancestral textil puquina y sus grandes pechos serán adornados por borlas hechas de la lana de una vicuña roja. Sus pies, curtidos de tanto caminar, calzarán unas sencillas sandalias de caucho. Toda la ciudad, bañada por una luz amarilla, olerá a koa y palosanto el día que Sara Chura despierte.
(….) El Zorro borracho, de bigotes tupidos bailará en círculo, tocando un pito, al compás de la banda. Después una escuadra de Jucumaris rugirá la morenada y se abrirán paso los lagartos, las víboras y los sapos. Los escarabajos entrarán como Auki-aukis con la mano en la espalda, achichiu, achichiu diciendo, y las hormigas desfilaran cubiertas por hojas multicolores. Espués entrarán las más jóvenes girando coquetas sus polleras y lanzando flores a la gente que las recibir’a desde als aceras el día en que Sara Chura despierte.

Monday, January 14, 2008

Palacio Quemado: la aungustia del letrado





            Después de leer Palacio Quemado (2008) de Edmundo Paz Soldán, podemos afirmar que esta novela corta, de acuerdo a palabras del propio escritor, tiene páginas brillantes, donde se logran excelentes momentos de creación en la construcción de algunos de sus personajes. Por unos instantes podría darse un proceso dialógico, en el que a través de la voz del narrador-escritor, se puede escuchar la voz del otro de la sociedad.  Son diminutos instantes de rebelión cuando la otredad racial o cultural se para a contra luz para hablar por sí misma.

            Sin embargo, otras veces, la mayoría, los mismos personajes no logran desprenderse de sus referentes reales: el ex presidente boliviano Gonzalo Sánchez, su ministro Sánchez Berzaín, el también ex mandatario Carlos de Mesa. En largas páginas encontramos un proceso de saqueo casi periodístico de un pasado inmediato para convertirlo en literatura. De esa manera, dada la cercanía de los hechos descritos por Paz Soldán, la novela también se convierte en una especie de guía actual de un país, algo así como “la crisis boliviana” para principiantes.

            Esto me pone a meditar en lo que viene sucediendo en  la literatura boliviana desde los años 80, por lo menos, ese deliberado intento de convertir las crisis recurrentes en estética, la inestabilidad y la pobreza en marca registrada de una literatura, probablemente de una manera análoga a lo  que ha sucedido en otros países del área, cuando algunos escritores rápidamente se apropiaron de las historias de narcos, sicarios y prostitutas que emergían del periodismo en sus países.

            En todo este proceso de creación literaria no se puede ignorar la función del letrado, no sólo de los que aparecen representados en las páginas de las novelas, sino también de los que escriben.  Se percibe siempre un intento por mediar en la realidad, por aportar comprensión al caos y la violencia con diferentes resultados.  Por ejemplo, en Jonas y la Ballena Rosada (1987) nos encontramos con el cinismo y la evasión del personaje principal;  en La Virgen de los sicarios (1994), con la nostalgia reaccionaria y fascista del alter ego de Fernando Vallejo; en Ahora que es entonces (1998) de Gonzalo Lema, con la culpa de su personaje principal por ese  inconsciente colonial incapaz de eliminar.

            Este libro no es diferente.  Debemos ver entonces el proyecto letrado que encierra las páginas de la novela, porque ésta cuenta un momento de crisis política, pero el tema que yace en sus páginas es el de la escritura, las responsabilidades de la escritura y del escritor, la del intelectual en momentos de violencia.  Es allí donde el escritor encuentra el dilema: ser un intelectual de cafetería y adaptarse al ritmo de los tiempos o subsumirse en el estrecho campo laboral que puede dar la academia, las escasas formaciones culturales, sobre todo en la política que parece dominarlo todo en países como Bolivia.

             La otra opción, de acuerdo a las sugerencias del libro, es la de convertirse en una especie de intelectual orgánico, aquel que junte la teoría con la práctica. El contacto con las masas a su vez le devuelve el conocimiento para volver a mirar a la teoría.  Este contacto no excluye sin embargo el riesgo de la demagogia, el de maniqueamente escenificar y simplificar el discurso académico para buscar la confrontación entre distintos grupos para llegar al poder.

            Escribir en la distancia sobre hechos actuales da una cierta libertad. Se evitan las presiones del nacionalismo, de la identidad, de la etnia o de las propias regiones o clases sociales enfrentadas a la que uno necesariamente pertenece; sin embargo, la lejanía  no esconde la ansiedad de ser un simple observador.  ¿Qué es la escritura entonces, sino un intento por acercarse, por insertarse en la historia?, aunque lo cierto es que la historia puede ya haber dejado al escritor atrás desde hace mucho tiempo.  La historia avanza con otros actores, muy a pesar del letrado, de su interminable reflexión escritural sobre una región o un país.

             En lejanía, el referente real se difumina y se convierte en un espacio de ficción, en un juego de tablero dónde el escritor va metiendo a los personajes, enfrentándolos en diferentes situaciones y momentos.  Las tensiones históricas se acumulan, los momentos constitutivos se desperdician, también las frustraciones, pero la intervención letrada es improbable.  ¿Qué queda entonces, sino un Palacio quemado ardiendo, la memoria en combustión alimentándose continuamente de sus cenizas, de las cenizas del deseo de ser parte, de estar en el justo lugar, en el preciso sitio y momento cuando el curso de la historia cambia?

Vuelvo entonces a las palabras del autor cuando éste se pregunta el por qué de de una ciudad en uno de sus cuentos.  Allí él mismo  responde su personaje con ironía: “Para que, con la ayuda de su indiscutible solidez, las palabra se conjuren entre sí y logren una vez más, una desesperada vez más, esconder la nada” , o la inutilidad de decir, sin decir nada, de rascarse los sesos pensando en unas fronteras, en un espacio delimitado, de arriba y cabeza abajo, desde Tiahuanacu hasta Evo Morales, pasando por Juana Azurduy y el guerrillero Lanza, hasta llegar al Mallku y otros líderes indígenas, con Tamayo y Arguedas dándose de sablazos retóricos, el poeta Freire y su dandismo medieval, la no tan conocida bofetada del dictador al letrado, revolución y nacionalización, guerrilla y dictadura y luego Zabaleta y Cusincanqui, aquí en la punta del dedillo, pero para qué o para quiénes, cuando la historia se escribe a miles de kilómetros de distancia, la escriben los que tienen hambre o los desterrados en su propia tierra.

            Me pregunto cómo se leerá el libro fuera del país, puesto que dentro del mismo, dada la cercanía de los hechos y la similitud de sus personajes con sus modelos vitales, la lectura es inevitablemente política, inclusive histórica.  A lo mejor, sus páginas como muchas otras, vengan a engordar el imaginario del realismo trágico de Latinoamérica, como un espacio sin ley donde todo puede ocurrir, el tremendismo de la pobreza y la insurrección, de la  urbe tercermundista descontrolada.  Dentro de éstas distopías sociales, un modelo más de la violencia, de las muchas que cíclicamente se exhiben como llaga abierta para la satisfacción del “teatro universal” (diría nuestro cronista Arzans,), deseoso de consumir pesadillas para sentirse seguros en la comodidad de sus mullidos asientos, en la tibia banqueta de un parque metropolitano.  Hasta ellos llega nuestro pequeño bestiario local, con su voz autorizada, su escritor.

            En esta temprana transposición literaria, sin embargo, en ese proceso de fijamiento  que da la escritura, se puede pensar que lo ocurrido fue sólo eso, literatura, y que los hechos ya han cumplido su objetivo, el de convertirse en un oportunista objeto de arte, en letra.  Así, las contradicciones o la verdad dentro de sus páginas no importan tanto como el aura del objeto de arte en las manos, la del escritor que lo ha escrito.  Al final la historia se convierte en un éxtasis de información y supuesta claridad, en un “extremo fatal”, de acuerdo a Jaques Baudrilliard, que no interpela, sino que más bien lleva a la indiferencia y conformismo, a un simulacro de participación o de compromiso.  Sin embargo, los hechos todavía están muy cercanos, las procesos abiertos y la posibilidades de acción son muchas y eminentes todavía, para archivarse ya en un fresco y seco sector de nuestras bibliotecas, nuestro paraíso letrado.







De Otoño en la Isla. Editorial Gamar, 2014



Friday, January 11, 2008

Otoño en la Isla


En un libro del escritor checo Bohumil Hrabal he encontrado una hermosa definición de la lectura, además del título del libro, claro está: Too Loud a Solitud. No me atrevo a traducirlo, pero la idea es que la lectura es una soledad con muchas voces. El párrafo en cuestión es el siguiente:
I can be myself because I’m never lonely, living in my heavily populated solitude, a harum-scarum of infinity and eternity, and Infinity and Eternity seem to take a liking to the likes of me.
Para mi alegría, el libro desarrolla una de mis grandes fantasías, un universo efectivamente rodeado de libros, un diálogo perpetuo con esos likes of me. Por otro lado, también describe uno de los más grandes temores del lector, que ese diálogo se convierta en una peligrosa avalancha que tanto es metafórica como literal, como cuando el personaje central de Hrabal, el narrador, describe divertidamente su pequeño apartamento forrado de libros de pared a pared: Even the bathroom has only room enough for me to seat down […] I have a whole series of shelves, planks piled high to the ceiling, holding over a thousand pounds of books, and one careless roost, one careless rise, one brush with the shelf, and half a ton of books would come tumbling down on me, catching me with may pants down. Paradójicamente, hoy casi habito en una biblioteca, con una ventana alargada que mira a otras ventanas, a través de las cuales se ven sólo libros y seguro que desde esas ventanas se ve esta oficina asimismo llenándose de libros y a veces también de persona(je)s . Pienso en el personaje del libro de Hrabal, un compactador de libros desechados por la gente y el tiempo, en un reciclador que destruye los libros para convertirlos en fardos, y de los fardos después papel que vuelve a ser la superficie virgen donde se pueda escribirse. Ante sus ojos pasa la historia, que es asimismo su tiempo, un tiempo hecho de muchas lecturas además, que el va, con un inusitado gusto de coleccionista, rescatando de unas prensas de hierro que con el paso de los años se hacen más grandes y osadas. Su tiempo se convierte en una narración más inserta en esa interminable tensión entre progressus ad futurum y regressus ad originem. Esto me conecta a su vez a otros lectores, a otros fabuladores, como Borges, releído por Ricardo Piglia, que consideraba que la literatura era la réplica de otras memorias, la lectura el arte de construir una memoria a partir de los recuerdos ajenos, de libros ajenos que se vuelven en recuerdos privados y así, como ecos o relecturas anuncian todavía lo que no es, el lector que vendrá. Son las cinco, ya casi no hay luz y estos días son especiales, algo fríos pero plenos de tantos colores, de tantas tonalidades que no se como describirlos, como que la luz late con menor fuerza, como un motor que reduce sus revoluciones aprestándose también para invernar. Asimismo los pasos de las personas van a otra velocidad, la risa no es toda la risa, pero tampoco puede decirse que haya tristeza. Y los colores comienzan a llenarse en ti, como el agua que resbala rápido en el interior de un cuenco sumergido apenas. Inmerso en la lectura me tropiezo con unas líneas que me recuerda a una amiga: dos personas que tal vez caminan en una calle desolada o polvorienta de Comala. Ella suspira. Eso es malo, dice él, cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. Entonces la magia ocurre, como los personajes que se esfuman oyendo ladrar a los perros, la claridad también se va, ante los sensores que ya no registran el movimiento. Una luz azuleja crece entonces en la penumbra, crece tanto como para tomarse el cuarto, rociar las paredes con su nebulosa, con su delgada y translucida mantilla. Es el momento también en el que por unos segundos el lector desaparece en la quietud de una célula más de la inmensa biblioteca, que se convierte en el fardo liberador, secuestrado por el instante, por la luz que arranca con su red los objetos del supuesto orden en el que se encuentran. Es la mezcla entonces, la antelada difuminación, cuando el día cierra sus párpados para dar lugar a otra lectura. ¿Por donde empezar?