Friday, January 11, 2008

Otoño en la Isla


En un libro del escritor checo Bohumil Hrabal he encontrado una hermosa definición de la lectura, además del título del libro, claro está: Too Loud a Solitud. No me atrevo a traducirlo, pero la idea es que la lectura es una soledad con muchas voces. El párrafo en cuestión es el siguiente:
I can be myself because I’m never lonely, living in my heavily populated solitude, a harum-scarum of infinity and eternity, and Infinity and Eternity seem to take a liking to the likes of me.
Para mi alegría, el libro desarrolla una de mis grandes fantasías, un universo efectivamente rodeado de libros, un diálogo perpetuo con esos likes of me. Por otro lado, también describe uno de los más grandes temores del lector, que ese diálogo se convierta en una peligrosa avalancha que tanto es metafórica como literal, como cuando el personaje central de Hrabal, el narrador, describe divertidamente su pequeño apartamento forrado de libros de pared a pared: Even the bathroom has only room enough for me to seat down […] I have a whole series of shelves, planks piled high to the ceiling, holding over a thousand pounds of books, and one careless roost, one careless rise, one brush with the shelf, and half a ton of books would come tumbling down on me, catching me with may pants down. Paradójicamente, hoy casi habito en una biblioteca, con una ventana alargada que mira a otras ventanas, a través de las cuales se ven sólo libros y seguro que desde esas ventanas se ve esta oficina asimismo llenándose de libros y a veces también de persona(je)s . Pienso en el personaje del libro de Hrabal, un compactador de libros desechados por la gente y el tiempo, en un reciclador que destruye los libros para convertirlos en fardos, y de los fardos después papel que vuelve a ser la superficie virgen donde se pueda escribirse. Ante sus ojos pasa la historia, que es asimismo su tiempo, un tiempo hecho de muchas lecturas además, que el va, con un inusitado gusto de coleccionista, rescatando de unas prensas de hierro que con el paso de los años se hacen más grandes y osadas. Su tiempo se convierte en una narración más inserta en esa interminable tensión entre progressus ad futurum y regressus ad originem. Esto me conecta a su vez a otros lectores, a otros fabuladores, como Borges, releído por Ricardo Piglia, que consideraba que la literatura era la réplica de otras memorias, la lectura el arte de construir una memoria a partir de los recuerdos ajenos, de libros ajenos que se vuelven en recuerdos privados y así, como ecos o relecturas anuncian todavía lo que no es, el lector que vendrá. Son las cinco, ya casi no hay luz y estos días son especiales, algo fríos pero plenos de tantos colores, de tantas tonalidades que no se como describirlos, como que la luz late con menor fuerza, como un motor que reduce sus revoluciones aprestándose también para invernar. Asimismo los pasos de las personas van a otra velocidad, la risa no es toda la risa, pero tampoco puede decirse que haya tristeza. Y los colores comienzan a llenarse en ti, como el agua que resbala rápido en el interior de un cuenco sumergido apenas. Inmerso en la lectura me tropiezo con unas líneas que me recuerda a una amiga: dos personas que tal vez caminan en una calle desolada o polvorienta de Comala. Ella suspira. Eso es malo, dice él, cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. Entonces la magia ocurre, como los personajes que se esfuman oyendo ladrar a los perros, la claridad también se va, ante los sensores que ya no registran el movimiento. Una luz azuleja crece entonces en la penumbra, crece tanto como para tomarse el cuarto, rociar las paredes con su nebulosa, con su delgada y translucida mantilla. Es el momento también en el que por unos segundos el lector desaparece en la quietud de una célula más de la inmensa biblioteca, que se convierte en el fardo liberador, secuestrado por el instante, por la luz que arranca con su red los objetos del supuesto orden en el que se encuentran. Es la mezcla entonces, la antelada difuminación, cuando el día cierra sus párpados para dar lugar a otra lectura. ¿Por donde empezar?

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