Wednesday, December 10, 2014

“El Aleph”. Muchos rostros para una misma sombra

     Muchas veces he leído, ya casi como un lugar común, que en “El Aleph” (1949), Borges parodia a Pablo Neruda en el personaje de Carlos Argentino Danieri. En el cuento, Danieri es el escritor sin talento ni lenguaje, a quien, sin embargo, se le da la maravilla de acceder al universo por medio del Aleph. A Pesar de esto, Danieri incurre en la insensata misión de querer contar la redondez de la tierra en un poema, poner en palabras aquellas visiones que no tienen orden, cronología ni tiempo. El resultado, inevitablemente, es un extenso poema al cual el narrador del Aleph califica como “un pedantesco fárrago”, que no excluye ni la geografía de Inglaterra ni un escondido “gasómetro al norte de Veracruz”.
      Esta idea de Danieri como la burla a Pablo Neruda ha sido repetida tantas veces, incluso por críticos importantes, como el estadounidense Harold Bloom, quien en el Canon occidental (1986) desperdicia extensas y valiosas líneas de análisis para documentar esa posible y mezquina intensión de Borges por desacreditar al poeta chileno. Tales ideas me parecen insensatas y no hacen más que alejarnos de la obra y la lectura de ambos escritores.
        Un recorrido somero a la obra de Borges, nos muestra que el escritor argentino, antes que concentrarse en el ataque a uno u otro escritor coetáneo, casi siempre dialoga con la literatura intemporal. En la referencia a Danieri, Borges se rebela contra la tendencia literaria a escribir poemas monumentales, donde, inevitablemente, los versos desfallecen. Desafortunadamente (para él), en Latinoamérica la escritura de estos textos enciclopédicos ha sido recurrente, desde los inicios mismos de la literatura en el área, inventariar para dar cuenta, la toponimia para obliterar lo antiguo, para generar pertenencias y reinventar los orígenes del habitante americano (Comentarios Reales de los Incas, Miscelánea antártica, Armas Antárticas, etc.).
      Ya en la república, poetas como el venezolano Andrés Bello (1781 –1865) se encargaron de fustigar más en esta empresa. Por ejemplo, en su Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826), en un repetido gesto de patriotismo vegetal, Bello hace una invitación a la poesía para asentarse en estas tierras y así hacer uso de sus monumentales paisajes y sus inagotables riquezas botánicas. Aquello es parte del convencimiento doctrinal del poeta, como una manera de orientar la cultura y las letras da las nuevas repúblicas.
        Sin embargo, para Borges, los resultados alcanzados no siempre son satisfactorios. Así nos lo cuenta Adolfo Bioy Casares en el imperdible mamotreto que recoge los diálogos literarios con el amigo ciego:
¿Qué le ha dado con los vegetales? Parece loco […] Qué rara la idea de una Silva a  la agricultura de la zona tórrida”, equivale a una “Oda a la industria del calzado” […] Yo no creo que tenga muchos versos memorables. Son poemas hechos con aplicación. El efecto que produce no es de agricultura, sino de maleza. Una descarga de legumbres. Es una pesadilla. Como en las pesadillas, antes que la atención pueda fijarse en una banana, la banana se convierte en un zapallazo.
       Desafortunadamente, en Argentina estas pesadillas poéticas parecen continuamente renovarse, con el arribo de nuevos poetas a la urbe porteña, con sus afanes por incorporar el lenguaje y las imágenes de las márgenes provinciales al centro literario del país.
      Si hay algún escritor con el que Borges discute directamente, ese alguien es el poeta cordobés Leopoldo Lugones (1874-1937), el arquetipo del poeta, la suma y resta del hominem litteratum que vive en la literatura y para la literatura. Para Borges, Lugones es la evidencia de las posibilidades y logros del lenguaje, también de su podredumbre. Hacia 1910, siguiendo los pasos de Rubén Darío y su Canto a la Argentina, Lugones había compuesto Odas seculares, un largo poema dedicado a la patria, del cual el mismo Borges escribiría en 1965:
  El defecto del libro reside en lo que algunos han considerado su mayor mérito: la tenacidad prolija   y enciclopédica que induce a Lugones a versificar todas las disciplinas de la agricultura y de la ganadería. Felizmente, hay confidencias personales que mitigan el fatigoso catálogo.
    Carlos Argentino Danieri es Lugones, pero también es la sumatoria de los rasgos de tantos otros más (Ricardo Molinari, Eduardo María Suarez Danero, etc.), de escritores que se pasearon y aun se pasean por los salones y congresos literarios del mundo, sin darse cuenta que su ego no es más que una parodia, una caricatura destinada al olvido. Son académicos un día, dice Borges, encuentran editores para sus libros, obtienen premios, los traducen a varios idiomas, pero no pasan de tener una fama trivial, sus libros más que libros son boletos o entradas a un puesto, a un lugar de visibilidad. Después, el mismo diario de Bioy, recoge un juicio que quizás nos alcanza a todos: “Nadie recuerda una línea que hayan escrito; probablemente cuando mueran, morirán enteros.” Caer en los lugares comunes de la crítica literaria suele protegernos, a veces del esfuerzo, a veces también del abismo de nuestra propia ignorancia. Siempre son útiles para salir del paso y para remendar el incomodo silencio de la sobremesa. Sin embargo, al pronunciarlos debemos también ser conscientes que nos mentimos, y unas noches, en silencio, volver de vez en cuando a la forma primera, las mismas letras de nuestros autores queridos para salvarlos. Entonces quizá la sombra, nos mostrará sus múltiples rostros. 

De Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014

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