Saturday, January 10, 2015

Cuando Sara Chura despierte. Reescrituras del indigenismo: la misma chola con otras polleras



            





   De todas las novelas bolivianas publicadas en los últimos años, una de las que más culto ha generado es la obra de Juan Pablo Piñeiro, Cuando Sara Chura despierte (2003).  No sorprende en ella la novedad, sino las maneras en que puede dar continuidad a una tradición literaria andina, que aunque les pese a algunos, es una tradición transnacional, íntimamente relacionada al pensamiento y la obra de escritores de países vecinos.
          Para exponer lo que Piñeiro propone quizá primero debemos introducir algunos de sus antecedentes teóricos.  Ya desde fines del siglo XVIII, con importante aporte del positivismo y las ideas naturalistas y evolucionistas de la época, surge lo que conocemos como “determinismo geográfico”.  Esta corriente se convierte en un paradigma dentro de las ciencias sociales para explicar cómo el espacio geográfico determina la experiencia humana en casi todos sus  aspectos.  Sabemos que con el correr de los años este “determinismo geográfico”, unido a teorías racistas también deterministas, van a dar paso a las grotescas invenciones seudocientíficas, utilizadas para desacreditar a ciertos grupos raciales y al mismo tiempo proponer curas para un continente considerado enfermo.  Lastimosamente en Latinoamérica nos sobran ejemplos, tal el caso de Carlos Octavio Bunge en la Argentina o Alcides Arguedas en Bolivia, solo para nombrar un par de tan rica fauna.
          Sin embargo, en un movimiento contrario, este “determinismo geográfico” va a ser apropiado para fundamentar a nuestros primeros “indigenistas”, ansiosos por encontrar y dar  forma a  un huidizo “carácter nacional”.  Por ejemplo, Franz Tamayo en su célebre Creación de la pedagogía nacional (1910) escribirá: “El alma de la tierra ha pasado a ésta [la raza] con toda su grandeza, su soledad, que a veces parece desolación, y su fundamental sufrimiento. Lo mismo que esos altiplanos, el alma humana está como amurallada de montañas, y es impenetrable e inaccesible”.
          Mas adelante, este determinismo geográfico aplicado a la moralidad del habitante del Ande va a convertirse en deseo político, en mesianismo que busca el regreso de las razas y las religiones oprimidas, para inaugurar un nuevo tiempo de convivencia política.  Así lo anunciaba el peruano Luis Valcárcel en su influyente Tempestad en los Andes de 1927:
La Raza, en el nuevo ciclo que se adivina, reaparecerá esplendente, nimbada por sus eternos valores, […] es el avatar que marca la reaparición de los pueblos andinos en el escenario de las culturas. […]. El instrumento y la herramienta, la máquina, el libro y el arma nos darán el dominio de la naturaleza [...]. En lo alto de las cumbres andinas, brillará otra vez el sol magnífico de las extintas edades.
          Van a ser Uriel García y posteriormente José María Arguedas en el Perú los que mejor hablarán de la música, el baile y la fiesta como los momentos que establecen contactos con el pasado, con otredades desconocidas, cuando las compuertas de la memoria se abren y los habitantes andinos pueden reconocerse como miembros de un todo, como partícipes de una memoria mayor y colectiva.  Así lo sugiere Uriel García en El nuevo indio (1928), al referirse al huayño:
      …es entusiasmo que torna a los pueblos de la sierra hacia la simplicidad campesina, hacia la energía primitiva […]. Por eso el huayño como otras formas de la cultura folklórica, es raíz efectiva que sujeta al hombre al agro patrio, al recuerdo de sus antepasados. Medio efectivo  que suelda al indio antiguo, al mestizo y al blanco […] los tres elementos étnicos se funden como una identidad psicológica que sustenta el alma del pueblo.
          A grandes rasgos, esa es la base ideológica sobre la que se escribe Cuando Sara Chura despierte. En la novela de Piñero encontramos, otra vez, el determinismo geográfico, ese idealismo irracional aplicado a la tierra, la certeza de otros mundos y otras fuerzas sobrenaturales que influyen y conviven con los habitantes tanto urbanos como rurales de los Andes, la fiesta (El  Gran Poder), como ese momento en que, de acuerdo a las propias palabras de Piñeiro, accedemos a “un idioma secreto,[…] que hace visible lo invisible y revela a “la ciudad ancestral que duerme en las profundidades de la ciudad de La Paz”. A su vez, la fiesta del Gran Poder es la antesala de una nueva era, cuando por fin se suspenda el tiempo cronológico y el hombre andino finalmente se haga parte de lo eterno.
          Después, en Cuando Sara Chura despierte lo que tenemos son “pieles” que se suman a ese bagaje ideológico, pieles de personajes y referentes literarios de la literatura universal con los que se viste y decora a los personajes de una débil trama detectivesca, que más que otorgarnos un misterio por resolver, es ante todo un pretexto para exponer una vasta cosmogonía andina, un Asgard de divinidades reunidas en favor de la fiesta del Gran Poder. En ese sentido, Piñeiro, a diferencia de sus precursores, da un paso al frente y no se detiene en la sola insinuación de la otredad divina. Donde otros se detuvieron para solamente  sugerir el “otro lado de las cosas”, un abismo a menudo impronunciable que nos acerca al pavor de lo sagrado, y que conlleva un viaje de despojamiento y autodestrucción de los personajes (Felipe Delgado, La agonía de Rasu Ñiti), para Piñeiro es gozo, celebración y completitud que se refleja en las palabras.  Así, el lenguaje litúrgico de Piñeiro nos recuerda al lenguaje mágico y encantatorio de las mejores páginas de José María Arguedas: escribir para dar nacimiento, para que la letra más que escribirse se cante, como consagración, como celebración del hombre en unidad y equilibrio con el cosmos, un lenguaje que por último convoque a las formas de la femenina deidad como se convoca a una madre o a una amante perdida, cancelándose así una ruptura primigenia:
Cuando Sara Chura despierte estará más hermosa que nunca. Vestirá doce polleras de distintos colores y bajará con su cortejo triunfal por la avenida Mariscal Santa Cruz, el día de la Entrada del señor del Gran poder […] en sus cabellos blancos nadarán dos sirenas de plata y en su sonrisa se adivinará la tristeza acumulada por tantos años de silencio. Llevará un cetro antiguo en la mano derecha y en la otra mano una tierna espiga de quinua dorada. Su espalda estará cubierta por un ancestral textil puquina y sus grandes pechos serán adornados por borlas hechas de la lana de una vicuña roja. Sus pies, curtidos de tanto caminar, calzarán unas sencillas sandalias de caucho. Toda la ciudad, bañada por una luz amarilla, olerá a koa y palosanto el día que Sara Chura despierte.
          Además del lenguaje, tal vez el mayor acierto de Piñeiro, consista en repetir la fórmula de éxito de escritores que lo antecedieron, darles a los habitantes de una ciudad o una región aquello que de antemano esperan encontrar en sus páginas, la confirmación de su esencia o su permanencia en el tiempo.  Sin el humor, no obstante, el rodillo identitario de Piñeiro sería acaso demasiado asfixiante.  Así, en su novela, otra vez encontramos la construcción de personajes únicos, delirantes y divertidos, sin llegar a ser caricaturas, pues como los personajes encontrados en la obra de Jaime Sáenz, su esotérico conocimiento es primordial y profundo.  Además de sus caprichosos razonamientos, quizá su mayor característica sea la hibridez, su capacidad de mutar, de cambiar y regenerarse (como la ciudad y sus letras) y al mismo tiempo ser los mismos, sin renunciar a una identidad otorgada, según Piñeiro y sus antecesores, desde el principio de los tiempos.

De Otoño en la isla. Editorial Gamar, 2014

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