Friday, April 17, 2015

Raúl Teixidó. Charcas, una estética del estancamiento.


                                                    

                                   Porque esta ciudad, amigo mío, corroe y devora, mimetiza, transforma
                                                                                                         Raúl Teixidó

        Después de algún tiempo he conseguido dar con un cuento de Raúl Teixidó (1943) “La puerta que da al camino” (1975). Ya de él había leído A la orilla de los viejos días (1995).  Al margen de las agridulces confesiones familiares, sus páginas consiguieron arrancarme más de una sonrisa, pues Teixidó recuenta una ciudad en pocas décadas desaparecida pero donde era y es toda una aventura hacer arte.
        Hace no muchos años Blanca Wiethüchter escribía que en la literatura Boliviana existe una fuerte voluntad por representar a sus ciudades. Esto ha posibilitado la aparición de obras generadoras de imaginarios, de maneras de escribir sobre las urbes. Nos encontramos, por supuesto, con La Paz, desde hace mucho incapaz de escapar de su gastada fantasmagoría nacionalista y etílica; la ecléctica Cochabamba, fundacional, postmoderna, casi siempre cívica; Santa Cruz, desde el 84, irreverente y hedonista. Potosí, por otro lado, será siempre Potosí, incombustible. Wiethüchter también menciona que a pesar de su importancia, Sucre no ha podido representarse simbólicamente.  Encuentro su declaración no del todo cierta, pues, a pesar de no tener esa obra generadora de imaginarios, Sucre, de por sí, ha generado por lo menos dos poéticas, dos maneras de contar a la ciudad.
        La primera la encontramos en la parodia y la sátira de la urbe, de sus instituciones y sus habitantes encarnados en personajes estereotipados. Es una escritura enemiga,  a menudo hecha por una mirada externa que busca atacar y desnudar con la burla aquello que se cree es farsa y conservadurismo, que se piensa es invisible para los propios capitalinos. Es una tradición que antecede a la república, pero que ha sido recurrente, desde el barroco colonial, en aquellas ciudades marcadas por la existencia de élites privilegiadas (Bogotá, Lima, Quito). En el siglo XX, hallamos algunos ejemplos de esta poética en La ilustre ciudad (1950) de Tristán Maroff y posteriormente en Sagrada arrogancia (1998) de Wolfango Montes.
        La segunda poética, también recurrente, la encontramos precisamente en Raúl Teixidó. En “La puerta que da al camino” nos hallamos en la edad del pesimismo, con un narrador cuyo monologo interior en el centro ordenador de su universo urbano. Es una ciudad íntima, contada siendo parte de su tejido social. Sin embargo, para Teixido, Sucre se convierte en un laberinto sombrío donde el creador es aplastado por las fuerzas de las circunstancias: “Al salir de mi trabajo encontraba la ciudad vacía, aguardando para devorarme en el silencio.” Cualquier intento de rebelión es fútil, cual esfuerzo creativo lleva al narrador una y otra vez  hacia el mismo lugar: “solo ahora me percato […]de cuanto estaba empezando a cambiarnos la ciudad […]perdíamos la fantasía […] veníamos a resultar opacos.” La única alternativa es el escape a través de esa puerta que da al camino. Teixidó escribe a la ciudad como una dolencia, un estado de ánimo (una secreción diría Marcelo Quiroga) y en ella se filtra también el mil veces repetido discurso político y económico de las últimas décadas: “…nuestra ciudad milagrosa deviene en una modesta capital de provincia, vejada por la pobreza y el atraso […] condenada por obra de un azar histórico particularmente adverso a no ser sino la vagas sombra de una gesta inconclusa.” A su vez, se escribe como pidiendo permiso, como disculpándose del lugar excéntrico de la escritura:“No era mi propósito de convertir esta comunicación amistosa […] en la crónica de nuestras amarguras […] aunque en buena parte lo venga siendo ya.”
   Lejos estamos todavía de épicas alternativas, de salir de uno mismo y volcar la mirada a la ciudad y sus procesos de cambio, la irrupción de las culturas populares, sus intersecciones con lo mundial y lo mediático, más aun después del 52 o, caso contrario, mirar otra vez al pasado en busca de ocultos personajes, minúsculos y también gozosos. Y, sin embargo, a pesar de la pesada maquinaria de la ciudad sombría con la cual Teixidó busca someternos, en sus páginas se cuela una ciudad que precede y al mismo tiempo pervive al escritor y a su escritura:
 Diríase que mi alrededor todo posee la solidez y la consistencia de un mundo  inalterable.  El farol que alumbra la esquina de casa, alto y renegrido,su circunferencia  de penumbra al pie; enfrente el huerto con sus árboles de fruta amarga atisbando por sobre el techado […] Más allá, en todas direcciones, aun con los ojos cerrados, adivino  todo lo demás: una espesura de muros y techumbres, con oraciones a media voz, y en el cielo, invisible, también en su negrura, bogando nubes de tormenta...Porque esta noche  lloverá.
        Entre líneas, la ciudad, como entidad autónoma, se escapa al control del letrado, a su estética del estancamiento. Es allí donde acaso encontremos a la literatura.  
        Apunto estas poéticas seguro que habré de encontrármelas otra vez, como obstinados arbustos a la orilla del camino.  Albergo también la esperanza de trascenderlas, de no leerlas nunca más.



Originalmente publicado en “Puño y Letra.” Diario Correo del Sur. Sucre-Bolivia.  Enero 2015

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